Los hijos de los héroes nunca están a su altura”, admite
resignado el protagonista, Gonzalo, atrapado por el recuerdo de un padre, Elías
Gil, que fue un verdadero héroe capaz de sobrevivir a la tragedia soviética de
Názino en 1933, a los bombardeos que castigaron cruelmente Barcelona en 1938 y
al campo de concentración de Argelès en 1939. Eclipsado por ese admirable
gigante, Gonzalo es todo lo contrario, pasa por la vida como si de un personaje
secundario se tratara y sin tomar decisiones que pongan en riesgo su plácida
existencia, pero se verá obligado a dejar atrás su imagen de abogado gris y
pusilánime para investigar el extraño suicidio de su hermana, una empresa
difícil que le llevará a destapar un pasado que creía superado.
Del Árbol se consolida aquí como un escritor generoso con
sus seguidores, y no únicamente por las casi setecientas páginas de esta obra
–una mera anécdota para el lector, que las devorará con avidez, como si de un
relato breve se tratase–, sino también porque en Un millón de gotas nos ofrece
dos novelas en una: la primera emparentada con la tradicional novela de
misterio, con Gonzalo intentando esclarecer la muerte de su hermana Laura
(entre octubre 2001 y noviembre 2002), mientras que la segunda es una
extraordinaria novela histórica (entre enero 1933 y junio 1967), la que explica
la vida azarosa de Elías para salir adelante en una Europa que se empeñaba, una
y otra vez, en poner a prueba sus ideales comunistas. En ese apasionante
argumento en el que se mezclan ficción y realidad, Víctor del Árbol recupera un
episodio de nuestra historia que describe con rigurosidad y sin escatimar
detalles dramáticos: la deportación de 6.000 personas a la isla de Názino,
donde fueron abandonadas a su suerte por los gobernantes de la Unión Soviética.
El autor acierta también en la confección minuciosa de sus
personajes, héroes y villanos a quienes las situaciones personales de cada
momento les sitúan en uno u otro bando, a pesar de que, tal y como ocurre en la
vida real, la línea que separa a los buenos de los malos al final pueda
resultar muy difusa. Así, Del Árbol utiliza una quincena de personajes para
construir su particular mapa humano, nombres a quienes otorga un pasado tan
interesante que bien podrían protagonizar, por sí mismos, otra novela que sería
distinta a la publicada pero, sin duda, con el mismo valor literario.