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sábado, 25 de julio de 2020

EL PASEO DE LOS CANADIENSES de Amelia Noguera



La novela comienza en el momento en que una gran parte de la población civil abandona Málaga, ante el empuje rebelde, en dirección de Almería. Habían esperado, tanto civiles como milicianos, la ayuda militar por parte del gobierno republicano, pero esta ayuda nunca llegaría. Así, tuvieron que retirarse hacia Almería, lo que aprovecharon las tropas fascistas, tanto españolas como moras, italianas y alemanas para bombardear la retirada, tanto desde el aire como desde el mar. Los civiles, totalmente indefensos, fueron blanco fácil para unas tropas muy profesionales.
En esa huida, se encuentran las protagonistas de la novela Isabel y Fernanda, con sus hijas Azucena y Martina. Las dos madres, conocidas de tiempo pasado, se reencuentran y vuelve a renacer una vieja amistad. Son demasiadas las cosas que comparten y que no voy a desvelar. Las niñas viven demasiadas experencias traumáticas que las hace que sellen una amistad duradera que duraría todas sus vidas. La otra protagonista de la novela es la abuela Ángela, suegra de Isabel y que ejerce el papel de ángel guardián de las mujeres. Estamos, pues, ante una novela muy femenina, donde los papeles más fuertes lo desempeñan las mujeres. En esta ocasión, los hombres tienen un papel de comparsas y con razón.
La novela está narrada en primera persona por Azucena, que al final nos desvelará su verdadero nombre. Además, Amelia Noguera hace un par de juegos estilísticos muy atractivos para el lector. Por un lado, la voz de la narradora es descrita por los diversos personajes de la novela como la escritora, lo que hace que de una sensación de equidistancia, y, por otra, introduce hasta doce diferentes protagonistas secundarios que cuentan a la escritora lo que vivieron en esos años, en diferentes momentos. También se permite algunas licencias que hacen, si cabe, más atractiva la narración.
Con todo este despliegue, Amelia Noguera consigue una narración llena de interés, pero también de un dolor y amargura extremos. Su historia hace que nos enfrentemos a esos fantasmas que muchos han querido silenciar, pero que es mejor conocer en sus justos términos para conocer la crueldad con que algunos se comportaron durante el conflicto. En muchas fases de la novela, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se sentirá avergonzada por el comportamiento de esas personas que nunca debieron actuar como lo hicieron. Desasosegante, sí, pero también necesario el relato que hace la escritora sin ningún tipo de concesiones.


sábado, 18 de julio de 2020

UNA NOCHE EN EL PARAÍSO de Lucía Berlín



Una de las características por las cuales Lucia Berlin es tan valiosa es su don para evocar la dulzura y la franqueza de las jóvenes que se enamoran (uno piensa que una buena esposa es la que tiende a su marido la taza de café con el asa hacia él, mientras ella la sostiene por el lado caliente) y, a continuación, atraparlas en el momento en que las cosas empiezan a cambiar, cuando los árboles de su ser se ven obligados a criar corteza.
Las mujeres de Berlin son impulsivas, avanzan a saltos; van en pos del salvajismo y el éxtasis. Quieren partir a sus hombres como a un cangrejo y arrancarles la carne. Tienen abierto cada poro de su ser. Quieren, en palabras de Elizabeth Hardwick, “amor, alcohol y la ropa por el suelo”. Pero los hombres no hablan con ellas, o siempre están fuera, trabajando, o son adictos a la heroína. Sus mujeres, cansadas de los desencuentros cotidianos, aprenden a arreglárselas solas.
Berlin es divertida a hurtadillas. En el peor momento de la vida de una mujer, con la policía a la mesa del comedor, una cabra y un poni asoman la cabeza por la ventana abierta, como saludando. La autora cuenta que había un gato al que le gustaba descolgar el teléfono para poder oír la voz que decía que el teléfono estaba descolgado. Una y otra vez repite que es imposible que alguien que se llame Cokie -supongo que alude a Cokie Roberts, célebre periodista norteamericana de la época- sea una persona de clase media de Ohio.
Las madres de Berlin les cantan a sus hijos “Texarkana Baby” y “The Red River Valley”. A veces los sonidos envuelven al lector. En un relato titulado “Sombra”, la autora dice: “La música llegaba de todas partes. No eran transistores caminando por las calles de una ciudad, sino mariachis lejanos, un bolero en la radio de una cocina, el silbato de un afilador, un organillero, los obreros que cantaban en un andamio”.
Probablemente, Berlin se mereció el Premio Pulitzer. Sin lugar a dudas, sí mereció -por tomar prestado el nombre de una canción de Waylon Jennings- el Premio Wurlitzer por todas las monedas que ha introducido en nuestra máquina de discos mental. La autora tiene un acceso instintivo a la manera en que la música puede provocar y fortalecer.
“Hay cosas de las que la gente no quiere hablar”, afirma en un relato titulado “Polvo al polvo”. “No me refiero a las difíciles, como el amor, sino a las incómodas. Por ejemplo, que a veces los funerales son graciosos, o lo emocionante que es ver cómo se quema un edificio”. Ella era capaz de escribir con belleza de las cosas difíciles y de las incómodas.
Nada le fue fácil. En una de las cartas recopiladas en Welcome Home, Berlin cuenta una desagradable comida en 1960 con su agente, al que llama “maldito chulo”, y un lujurioso editor de una gran editorial. La comida tuvo lugar en el hotel Algonquin. Los hombres se emborracharon con bourbon. Al salir, el editor susurra que Berlin es tan adorable como su estilo. Su agente añade, sin que el editor pueda oírlo, “Lo tienes en el bote, cariño”. A Berlin eso la enfurece. En la carta cuenta, “Estuve a punto de tirarlo de una patada a la maceta de la palmera. La única alternativa fue mandarlo al infierno, cosa no que no costó demasiado”. En vida de Berlin, ni esta ni ninguna otra gran editorial publicaron su obra. Ahora sí


sábado, 11 de julio de 2020

LA JOVEN DE LA PERLA de Tracy Chevalier



La joven de la perla recibe su nombre del famoso cuadro alrededor del que se teje la trama de la novela. Griet, la protagonista del libro, se nos presenta como la muchacha que nos mira fijamente desde el lienzo de Vermeer. Tracy Chevalier crea una historia para este cuadro del que poco o nada se conoce, ya que es poca la información que conocemos de la vida del pintor en la actualidad. Griet se nos presenta como una muchacha que se ve forzada a trabajar como criada en la casa del artista, motivo por el que toma contacto con él.
El libro está escrito en primera persona, de forma que conocemos en todo momento lo que sucede alrededor de la muchacha de primera mano, así como sus pensamientos y sensaciones. Sin embargo, los pensamientos del resto de personajes nos son, por tanto, ajenos, a excepción de lo que extraemos de diálogos e interpretaciones de la propia Griet.
Esta decisión de plantear el libro en primera persona nos ha gustado especialmente porque así logramos empatizar más con Griet. Por otra parte, se echa en falta el punto de vista de Vermeer, el otro gran protagonista de la trama. Vermeer es un hombre callado, pausado y que pocas veces se encuentra en casa si no es para trabajar en su estudio. Esta desconexión intencionada con el personaje hace que reflexionemos mucho acerca de sus intenciones y motivaciones durante la lectura. Esto lo convierte en un misterio para el lector, de la misma forma que lo es para la propia protagonista.
Griet es una muchacha de una familia protestante que, con tan sólo 16 años, se ve obligada a abandonar su hogar para entrar a servir como criada en una casa ajena. A causa de un accidente en el taller donde trabaja, el padre de Griet -azulejero de profesión- se ha quedado ciego, por lo que Griet tiene que apoyar económicamente a su familia.
A pesar de que el cambio descoloca a la muchacha, que espera con ansia los domingos para ver a su familia de nuevo, no tarda en acostumbrarse a los lujos de la casa de los Vermeer. Griet termina acostumbrándose al ambiente de la casa de Oude Langendijk, dejando atrás su verdadero hogar. Es especialmente ilustrativo el momento en que se encuentra con su hermana en el mercado y la ignora, dándole la espalda para atender a las niñas del matrimonio Vermeer.


sábado, 4 de julio de 2020

CRÓNICAS DEL DESAMOR de Elena Ferrante



Las Crónicas... son tres historias de tres mujeres. En la primera, Delia, de 42 años, se enfrenta a la muerte de su madre de 62, que aparece ahogada y vestida tan sólo con un costoso sujetador. A partir de ese momento (es impresionante comprobar cómo fija ya en el primer capítulo el tono de rencor y autoindagación de la hija) asistiremos a un descenso interior desde la soledad y el desamparo, llevada con extrema dureza, ante un fondo de dolor y abandono. Delia, en su desdicha personal, reprocha a su madre; no es que no la quiera, es que su imagen le molesta porque ella no ha conseguido llegar a ser mejor y eso la obsesiona. A la dureza de la situación se une la sordidez en los detalles, recordados morbosa y morosamente en lo que es un ejercicio de reconocimiento de la propia identidad lleno de descripciones muy físicas, casi táctiles.
Los días del abandono cuenta la historia de Olga, a la que su marido acaba de dejar, sin más explicaciones, con sus dos hijos. Toda la obsesión es el empecinamiento en saber por qué la ha dejado, lo cual es la forma de no aceptar un hecho que hunde su autoestima. Al contrario de la novela anterior, que es dura y aristada desde el inicio, aquí se narra con una cierta serenidad de estilo y de expresión, más suave, como en sordina. Si en la anterior la pregunta era: ¿por qué estoy sola? En esta es: ¿por qué me ha abandonado? Todo ello dentro de lo cotidiano, no hay nada extraordinario, sólo pequeños sucesos. La caída paulatina de Olga en el desorden culmina en una larga secuencia en que queda encerrada en su casa con los niños, una secuencia prodigiosa que actúa como catarsis y se erige en cima del relato; el resto es el antes y el después. También aquí hay un autoanálisis obsesivo, un sufrimiento penitencial y un camino hacia un reconocimiento. Ambas mujeres, Delia y Olga, desplazan su problema hacia la madre o el marido hasta que se ven obligadas a enfrentarse a sí mismas.
En la tercera novela, La hija oscura, inédita en España, Leda, también en la cuarentena, sola, separada del marido, sin hijas . Se retira de vacaciones a un lugar playero y allí se fija en una familia napolitana y especialmente en una muchacha joven y su hija pequeña. La autora lleva a cabo una compleja descripción de Leda a través de su mirada a esa familia y de cómo vienen los recuerdos a propósito de lo que ve. Porque Leda tiene pendiente un ajuste de cuentas con su vida anterior, como hija, como madre y como esposa, y poco a poco se va desvelando a sí misma, esta vez por una lenta catarsis a la que no puede sustraerse, llena de justificaciones y reproches.
Las tres novelas son tres obras maestras de la representación de una vida interior. La calidad de matices, la sugerencia y sutileza impecables, la formidable calidad de la descripción y la valentía expresiva de la autora se vuelcan en sendos actos de lucidez indeseada encarnada en tres personajes inolvidables.