Seguidores

sábado, 18 de julio de 2020

UNA NOCHE EN EL PARAÍSO de Lucía Berlín



Una de las características por las cuales Lucia Berlin es tan valiosa es su don para evocar la dulzura y la franqueza de las jóvenes que se enamoran (uno piensa que una buena esposa es la que tiende a su marido la taza de café con el asa hacia él, mientras ella la sostiene por el lado caliente) y, a continuación, atraparlas en el momento en que las cosas empiezan a cambiar, cuando los árboles de su ser se ven obligados a criar corteza.
Las mujeres de Berlin son impulsivas, avanzan a saltos; van en pos del salvajismo y el éxtasis. Quieren partir a sus hombres como a un cangrejo y arrancarles la carne. Tienen abierto cada poro de su ser. Quieren, en palabras de Elizabeth Hardwick, “amor, alcohol y la ropa por el suelo”. Pero los hombres no hablan con ellas, o siempre están fuera, trabajando, o son adictos a la heroína. Sus mujeres, cansadas de los desencuentros cotidianos, aprenden a arreglárselas solas.
Berlin es divertida a hurtadillas. En el peor momento de la vida de una mujer, con la policía a la mesa del comedor, una cabra y un poni asoman la cabeza por la ventana abierta, como saludando. La autora cuenta que había un gato al que le gustaba descolgar el teléfono para poder oír la voz que decía que el teléfono estaba descolgado. Una y otra vez repite que es imposible que alguien que se llame Cokie -supongo que alude a Cokie Roberts, célebre periodista norteamericana de la época- sea una persona de clase media de Ohio.
Las madres de Berlin les cantan a sus hijos “Texarkana Baby” y “The Red River Valley”. A veces los sonidos envuelven al lector. En un relato titulado “Sombra”, la autora dice: “La música llegaba de todas partes. No eran transistores caminando por las calles de una ciudad, sino mariachis lejanos, un bolero en la radio de una cocina, el silbato de un afilador, un organillero, los obreros que cantaban en un andamio”.
Probablemente, Berlin se mereció el Premio Pulitzer. Sin lugar a dudas, sí mereció -por tomar prestado el nombre de una canción de Waylon Jennings- el Premio Wurlitzer por todas las monedas que ha introducido en nuestra máquina de discos mental. La autora tiene un acceso instintivo a la manera en que la música puede provocar y fortalecer.
“Hay cosas de las que la gente no quiere hablar”, afirma en un relato titulado “Polvo al polvo”. “No me refiero a las difíciles, como el amor, sino a las incómodas. Por ejemplo, que a veces los funerales son graciosos, o lo emocionante que es ver cómo se quema un edificio”. Ella era capaz de escribir con belleza de las cosas difíciles y de las incómodas.
Nada le fue fácil. En una de las cartas recopiladas en Welcome Home, Berlin cuenta una desagradable comida en 1960 con su agente, al que llama “maldito chulo”, y un lujurioso editor de una gran editorial. La comida tuvo lugar en el hotel Algonquin. Los hombres se emborracharon con bourbon. Al salir, el editor susurra que Berlin es tan adorable como su estilo. Su agente añade, sin que el editor pueda oírlo, “Lo tienes en el bote, cariño”. A Berlin eso la enfurece. En la carta cuenta, “Estuve a punto de tirarlo de una patada a la maceta de la palmera. La única alternativa fue mandarlo al infierno, cosa no que no costó demasiado”. En vida de Berlin, ni esta ni ninguna otra gran editorial publicaron su obra. Ahora sí


No hay comentarios:

Publicar un comentario