La llama de un fósforo dura solo unos segundos, pero es capaz de incendiar
un bosque”. Una mirada, un simple encuentro entre dos seres quizá no tan
distintos pero separados por la polarizada sociedad mejicana, sirve a Guillermo
Arriaga para tejer una novela fantástica, frenética, apasionante. Dos
fieras, una enjaulada en su cárcel tras un crimen horrible, otra en la jaula
dorada de una vida burguesa junto a su marido y sus tres hijos, se enzarzan en
un amor de locura, porque quizá enamorarse no sea más que eso, una
locura aceptada por la sociedad.
‘Salvar el fuego’ podría no ser una
novela negra al uso, pero desde luego es salvaje, tiene pasajes oscuros y otros
luminosos. Es violenta, muy violenta, y retrata a la perfección ese
Méjico brutal del narco, donde la vida no vale un peso pero el honor lo
vale todo. En esta historia, como si se tratara de un narcocorrido, ni se
olvida ni se perdona, y la chamaca del cuate está sagrada hasta para el más
viril de los hombres. Los cárteles rivales exhiben la misma piedad que los
leones con los cachorros de otra camada. Es la ley del más fuerte, del plomo y
el dinero, del poder, de cuerpos desmembrados, torturados hasta la muerte por
hombres hechos de fuego y consumidos en las llamas de un infierno que está en
la tierra.
La novela de Arriaga, que le ha valido el Premio Alfaguara 2020, le
confirma como el escritor más importante del país centroamericano actualmente.
Con tintes shakesperianos y un lenguaje tex-mex ‘Salvar el fuego’ explora la
capacidad de los seres humanos para cruzar las fronteras de la locura, el deseo
y la venganza. Marina es una coreógrafa, casada, con tres hijos y una vida
convencional. José Cuauhtémoc proviene de los extremos de la sociedad, un
homicida condenado a cincuenta años de cárcel, un león detrás del cristal,
siempre amenazante y listo para atacar. Entre ambos se desarrolla una relación
improbable. Poco a poco, ella entra en un mundo desconocido y brutal
hasta que desciende a las entrañas mismas del fuego.