«Muerte, sí, pero, sobre todo, amor. El amor que lo cambia todo.
Que nos transforma, transforma nuestra vida. El amor que llega, que pasa, que
queda. Al cabo, solo el amor queda. Es la mejor herencia, el mejor patrimonio.
Esta es una historia de amor. Una historia sin ficción escrita por una
novelista.»
Cuando su madre muere, la narradora de este libro descubre una
caja con cartas que llevan décadas esperándola. Contienen una historia de amor
inesperada —la de sus padres, Antonio y Claudina— y también el retrato de una
época, de dos familias —la de él, andaluza; la de ella, barcelonesa— y de un
país en plena transformación.
«Cuando ella quiso me contó lo que ocurría: había sacado del
armario la caja con las cartas de papá y las estaba leyendo de nuevo, por primera
vez en todos aquellos años. Las había clasificado por fechas, las había
guardado en sobres, me dijo. Le pregunté si podía leerlas. Contestó lo de
siempre.—Cuando me muera. Tardó un par de semanas en leer de nuevo todas las
cartas. Cuando terminó le pregunté qué tal. Su respuesta:—Me he vuelto a
enamorar de tu padre.»
Antonio Santos se apea del tren en la estación de Francia en
Barcelona un 22 de diciembre de 1955. Veintiséis horas con veintitrés minutos
de viaje y 1.137 kilómetros desde que el tren salió de la estación de Sevilla.
Junto a él, muchos otros que viajan en el Sevillano se dirigen a la
incertidumbre de un futuro que imaginan mejor al pasado que quedó atrás. Son
los años de las grandes oleadas migratorias. La chiquilla que lo espera seria,
nerviosa, se llamaba Claudia o Claudina Torres. Él va a conocer a su novia,
tras 12 meses de correspondencia.
«Voy a que me conozcan los tuyos, a que tus amigas sepan que
tienes un novio feo, a que me envidien tus admiradores, a que todas las piezas
del baile sean para mí, a hacerme una foto de galería contigo, a leerte todos
los versos que te gusten, a que se convenzan los inconquistables de que en
Andalucía hay algo más que tarambanas, a que me digas de una vez que te casarás
conmigo pase lo que pase, a vencer los vientos adversos de Doña Antiandaluces,
a decirle a tu madre que le queda andaluz para tiempo, a darte algo que te debo
y a traerme algo de ti.»
amor. El amor que lo cambia todo. Que nos transforma, transforma
nuestra vida. El amor que llega, que
pasa, que queda. Al cabo, solo el amor queda. Es la mejor herencia, el mejor
patrimonio. Esta es una historia de amor. Una historia sin ficción escrita por
una novelista.»
Cuando su madre muere, la narradora de este libro descubre una
caja con cartas que llevan décadas esperándola. Contienen una historia de amor
inesperada —la de sus padres, Antonio y Claudina— y también el retrato de una
época, de dos familias —la de él, andaluza; la de ella, barcelonesa— y de un
país en plena transformación.
«Cuando ella quiso me contó lo que ocurría: había sacado del
armario la caja con las cartas de papá y las estaba leyendo de nuevo, por
primera vez en todos aquellos años. Las había clasificado por fechas, las había
guardado en sobres, me dijo. Le pregunté si podía leerlas. Contestó lo de
siempre.—Cuando me muera. Tardó un par de semanas en leer de nuevo todas las
cartas. Cuando terminó le pregunté qué tal. Su respuesta:—Me he vuelto a
enamorar de tu padre.»
Antonio Santos se apea del tren en la estación de Francia en Barcelona
un 22 de diciembre de 1955. Veintiséis horas con veintitrés minutos de viaje y
1.137 kilómetros desde que el tren salió de la estación de Sevilla. Junto a él,
muchos otros que viajan en el Sevillano se dirigen a la incertidumbre de un
futuro que imaginan mejor al pasado que quedó atrás. Son los años de las
grandes oleadas migratorias. La chiquilla que lo espera seria, nerviosa, se
llamaba Claudia o Claudina Torres. Él va a conocer a su novia, tras 12 meses de
correspondencia.
«Voy a que me conozcan los tuyos, a que tus amigas sepan que
tienes un novio feo, a que me envidien tus admiradores, a que todas las piezas
del baile sean para mí, a hacerme una foto de galería contigo, a leerte todos
los versos que te gusten, a que se convenzan los inconquistables de que en
Andalucía hay algo más que tarambanas, a que me digas de una vez que te casarás
conmigo pase lo que pase, a vencer los vientos adversos de Doña Antiandaluces,
a decirle a tu madre que le queda andaluz para tiempo, a darte algo que te debo
y a traerme algo de ti.»
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