No es baladí aquello de que todos los días son días de aprender o frases similares que vienen a decir en definitiva que siempre hay que vivir alerta y un poco a la que salta porque donde menos te esperas salta la liebre.
No sé por qué, pero Rosa Montero la tenía yo vetada de mis lecturas. Reconozco que no puedo alegar ninguna razón objetiva, pero es verdad que no he leído sus libros, ni siquiera sus columnas. No sé si lo siento pero lo admito con humildad.
Pues mira por dónde, de pronto me entero de que este libro lo ha escrito a propósito de la muerte de su compañero con el que ha compartido la vida durante 21 años y me entero, además, de que su compañero ha sido el periodista Pablo Lezcano al que había perdido de vista durante años pero del que recuerdo una imagen cercana, honesta, rigurosa y amable. Por supuesto acepte el reto que me ponía la vida delante y me leí el libro, cuyo título ya me pareció un hallazgo.
Me ha gustado por dos razones fundamentales. Primero porque he conocido a una persona distinta a la que yo creía y para bien. Su testimonio personal me parece desgarrador, positivo, valiente y propio de una persona a la que puedo ver hoy como cercana a mí. Y segundo porque me ha descubierto a Maria Curie o Sklodowska, cuya historia le sirve a Rosa de índice o de excusa para meter la suya personal ya que, ciertamente ambas tienen puntos en común. A propósito de este libro ya he querido profundizar un poco más en la peripecia vital de la polaca y, desde luego, Rosa Montero pasa a ser otra persona más cercana y más apetecible como escritora. No sé si esto que digo tiene alguna importancia objetiva. Supongo que no pero para mí sí que la tiene.
El libro me parece valiente, personal y claramente recomendable y así lo hago.
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