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domingo, 23 de agosto de 2015

LA BUENA LETRA de Rafael Chirbes



Hay estupor y tristeza al enterarse en una tarde de sábado silencioso de agosto que acaba de morir Rafael Chirbes. A uno le cuesta todavía pensar que la muerte pueda llevarse así a personas que conoce y que son más o menos de su edad, a las que ha visto hacerse al mismo tiempo que se hacía uno, dedicarse al mismo oficio, ir escribiendo libros a lo largo de los años. De todos los que empezábamos a publicar novelas hacia finales de los ochenta, Rafael Chirbes era el que tuvo desde el principio una vocación más recta, una presencia literaria y personal más invariable. Otros tanteábamos posibilidades narrativas diversas, incluso a veces impostábamos la voz, llevados por un impulso de búsqueda que podía estar contaminado por la moda, por los aires de época. Rafael Chirbes, desde que irrumpió conMimoun, adoptó una manera de escribir y de estar en el mundo que resaltaba doblemente por su integridad y su discreción. La memoria literaria es tan corta en España como la política, de modo que no hay nada más fácil que inventarse pasados a la medida de las conveniencias del presente. Por eso habrá que recordar que el Rafael Chirbes que tuvo tanto y tan merecido éxito con las novelas testimoniales de los últimos años venía ejercitando las mismas convicciones estétivas desde unos tiempos, no tan lejanos, en los que podían provocar indiferencia y hasta desdén.

Antonio Muños Molina

Ana le cuenta a su hijo fragmentos de una vida de pequeñas miserias con las que se han tejido las relaciones personales y familiares. El autor renuncia a narrar los grandes acontecimientos históricos para poner su foco de atención en lo íntimo y cotidiano, en las vidas de unos personajes heridos por la traición y la deslealtad. La buena letra se convierte en deudora de la concepción balzaquiana según la cual la novela es la historia privada de las naciones y descubre los mecanismos que funcionan como silencioso motor de la historia, en cuyo devenir toda generación se levanta sobre las cenizas de otra y cada vez que el poder cambia de manos lo hace bajo el signo de la traición y de un sufrimiento que, siendo inútil, es también una forma descarnada de lucidez.

Acaba de morir un grande de las letras, de las buenas letras.


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