El significado exacto de la
expresión remite a la venganza, en efecto, como sucede con la novela Ajuste
de cuentas, de
Benjamín Prado; pero podemos imaginar que esa locución fue promovida por los
agresores y no por los agredidos. El que “ajusta” las cuentas pendientes cree
que su acción violenta queda justificada por la deuda de su víctima y que la
agresión no hace sino dejar las cosas en su sitio, con el balance en orden. Por
el contrario, el que sufre la puñalada no considerará que ése sea el justo pago
por su débito ni que con ella se ajuste la cuenta pendiente mediante un
equilibrio entre los ingresos y los costes.
Aun con esas trampas, la expresión
“ajuste de cuentas” leída tras un suceso nos deja tranquilos, sí. Nosotros no
somos ultras, ni debemos dinero a un mafioso, ni hemos dejado deudas de droga.
Pero si esa locución encubre la venganza, el odio, el desquite, la ira, la
salvajada, tal vez sea bueno que nos sintamos implicados al oírla, empezando
por el inmediato reconocimiento del peligro que significan las palabras que
desaloja.
Los ultras, los delincuentes...
también forman parte del género humano, y sus acciones nos conciernen por ello.
Algo habrá fallado en el lenguaje colectivo si unos violentos tienen en su
mente la expresión “ajuste de cuentas” en vez de “asesinato”.
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