“Una chica enamorada de su padre
descubre que es un monstruo; si tu referencia moral es un fraude, ¿qué haces?;
por ejemplo, ¿me mato para que no mates tú más? Ana es víctima de la peor
traición posible, ¿cómo poder seguir viviendo con esto?”, balacea como una
ametralladora Usón al definir a su personaje, infestado de esa culpa heredada
que tan a menudo arrastran sus criaturas. Un relato de Tolstoi, Después
del baile, que un personaje cuenta a otro, funciona como metáfora
del libro: un hombre se enamora en una noche de baile perdidamente de una joven
que le corresponde: el amor perfecto; al día siguiente, el joven ve cómo el
padre de la chica, alto militar, aplica un durísimo castigo a un soldado; por
ello, decide no volver a verla nunca más. La hija paga por el padre. ¿Justo?
“Los hijos no son los culpables de lo que hacen sus padres pero a menudo se lo
reprochamos; en cualquier caso es aquello de los versos de Philip Larkin: ‘Te
joden la vida papá y mamá/ tal vez sin intención/ pero lo hacen’. Sí, es uno de
mis temas: de la familia sale todo, incluida la culpa, propia o ajena…”.
Siente un punto de debilidad Usón
por su protagonista, que tras oír de amigos los horrores que protagoniza su
padre empieza a turbarse: “Hace falta valor para dejar entrar la duda en la
vida de uno, para desmontar las certezas que te sostienen; eso es siempre sano,
a pesar del peligro de que sea paralizante”. Ana Mladic, víctima de ese refrán
de su país que reza: “Cuanto más sepas, más sufres”, iba a ser presentada de
manera más inocente por la escritora, pero cuando esta averiguó que en un
picnic familiar acabó con su padre compartiendo disparos con fuego de mortero
contra los bosnios, “me hizo reconsiderar bastante al personaje”. El episodio
es una pequeña perla de la miríada de informaciones que aporta el libro sobre
la tragedia balcánica, en el que invirtió tres años de investigación, hasta el
extremo de hacerse traducir dos biografías del serbio y entrevistar a un buen
número de croatas, bosnios y serbios. Buena parte de esa documentación vertida
en la novela la tiñe también con una pátina de crónica, con fotos y
reproducción de informes, así como una galería de monstruos (Milosevic,
Karadzic…) perfilados por una de las voces ficticias más críticas y distantes
de la obra; una mezcolanza, en definitiva, que evoca a Soldados
de Salamina. “Hay menos ficción en la obra de Javier
Cercas que en la mía”, apunta Usón, consciente de que estrena formato en su
trayectoria. “Es quizá una de las guerras más filmadas de los últimos años; por
eso una estructura de novela decimonónica no servía; el narrador omnisciente no
tiene ya la verdad; esa inocencia está perdida”, ejemplifica. Y más al hablar
del conflicto de la antigua Yugoslavia…