En
la lucha final es
una novela de personajes heridos, pájaros con el ala rota que han quedado
atrapados en un laberinto de tela de araña que los une y los destruye, de
alguna manera, de aquella manera. Chirbes dibuja personajes que hablan hacia
dentro, monótonos y tristes, retorciendo una espiral de sentimientos que chocan
entre las paredes de un triángulo cuadrado pentágono amoroso con una señorita
como vértice principal.
Se puede apreciar en
este Chirbes un cierto gusto por la trascendencia, por la frase dogmática y
poética, por la nostalgia , por los escritores y la literatura, por los
personajes mustios y la remembranza, por el regusto amargo de la culpabilidad y
la insatisfacción, de modo que la novela transcurre en una lenta agonía
resignada no exenta de cierta amabilidad.
Así pues, prosa de
blanca y ordenada sencillez, del cuándo y dónde, que pretende ser una buena
novela, accesible, ingeniosa en los diálogos, con buenas metáforas y muy, muy
empática, porque pretende, llegarles ahí, ahí dentro de la patata.
Quizá porque esta
novela es de los ochenta, cuando Chirbes no era tan duro, tan áspero, tan
Chirbes, más bien amable y algo cursi, por qué no decirlo.
La novela está contada por un narrador innominado, amante actual de Amelia, de
quien sabemos que es un escritor algo más joven que el resto de los personajes,
a quienes observa y oye en sus testimonios con una cierta distancia para poder
narrar su historia, que se convertirá en su segunda obra, lo que un posmoderno
de hoy tacharía de novela reportaje.
El desarrollo de la trama sigue la reconstrucción de los principales avatares
del grupo de amigos, quienes en la universidad habían formado parte de
grupúsculos de extrema izquierda. A los personajes citados habría que añadir:
Pedro Ruibal, escritor y amante fracasado; José Bardón, de 43 años, catedrático
de literatura y autor de éxito, de origen humilde, y Concha, su nueva esposa;
Brines, un galerista de arte, bisexual, que trabaja para Carlos, pues ambos fueron pilaristas;
Brull, amigo de Carlos, funcionario de la Comunidad Europea en Bruselas; y
Santiago, el auténtico marginal, un camello que se ha prostituido y cuyo papel
en la novela es el de “vengador del orgullo social que detectaba en ellos”, en
los miembros del grupo. Todos bullen en esta pequeña colmena y quieren medrar,
o al menos mantener sus posiciones, si bien el regreso de Ricardo trastoca el
orden establecido.
Esta
narración posee componentes líricos y metaliterarios, al proponer una serie de
reflexiones sobre el éxito y el fracaso artísticos, el poder del mercado, etc.;
al tiempo que confronta diversos modelos de escritor, aunque todos ellos
terminen revelándose como un chasco en distinto grado. El narrador se vale, en
fin, de sus testimonios, de una polifonía de voces distintas que se
complementan, para componer la novela. Lo que Chirbes muestra, en suma, son
varios fraudes, ejemplificados en la transformación ideológica de unos
individuos que salieron del franquismo siendo rebeldes y acabaron vampirizados
por el poder, adoptando una moral pragmática e hipócrita. Pero también rememora
la educación sentimental de una generación: la amistad, el sexo, el amor y la
atracción irracional, junto con la ingestión de alcohol, de cocaína y heroína
con que trafican Ricardo y Santiago. La novela tiene algo de rompecabezas, de
relato policíaco, en donde el misterioso narrador actúa a la manera de un
detective, al indagar sobre unos hechos que pivotan sobre las consecuencias que
trajeron consigo el regreso a Madrid de Ricardo y Silvia, y después el
asesinato de Carlos, aun cuando ya no fueran aquellos viejos
amigos de antaño.