Hay cosas que pese a
su naturaleza inerte, acumulan vida. Es el caso de aquellas radios a galena que
irrumpieron a comienzos del siglo XX, cuando podemos observarlas en algún museo
o durante alguna exposición, o incluso en la casa de alguno de esos privilegiados
que todavía conservan algún ejemplar, nos quedamos fascinados por la
rudimentaria simpleza y su maravilloso significado.
En el encanto de lo
simple, que se nos aparenta como algo inconcebible en la era de la comunicación
y la conexión, se compone una armónica sinfonía entre pasado y presente, entre
realidad y fantasía.
Y por ahí se mueve
Juan Herrera en su debut
literario La radio de piedra. Aprovechando esa piedra
angular en que se convierte el viejo aparato, se nos abre un mundo pretérito lleno
de personajes en ocasiones estrafalarios, esperpénticos, protagonistas todos de
una intrahistoria del pasado de un país que nunca salió de la guerra y el
olvido en el quedaron pueblos y gentes de aquel entonces. El extrañamiento como
forma de vida para todos aquellos que vivían sin problema ajenos a si el mundo
seguía dando vueltas o no, si es que alguna vez las había dado.
Una novela que nos
despierta sonrisas y simpatías desde la inocencia en algunas ocasiones y desde
el estrépito en otras. Pero que a la vez nos ofrece sorprendentes escenas
llenas de trascendencia y de sabiduría. Y es que cuando empiezas a pensar que
aquellos que no se han subido al progreso permanecen estancados en esa especie
de Babia (entre la realidad y la ficción), sin saber nada de cómo funcionan las
cosas, acabas sucumbiendo en la ignorancia de tu centrismo cultural.
Retrotrayéndonos a
esta España que quedó olvidada durante gran parte del siglo XX recuperamos el
sabor de una idiosincrasia perdida, de la picaresca como forma de vida y del
mañana como todo futuro. Mientras tanto, los lugareños que ocupan estas páginas
seguirán reuniéndose cada noche en torno a la radio de piedra, esperando
noticias del resto del mundo más allá de su propio y completo mundo.
Tu comentario del libro de Juan Herrera me ha traído los recuerdos de mi pueblo, con su vida más simple y sin ruidos persistentes, con la música de mi patria perdida ahora por los ritmos invasivos y comerciales. Cuentan con mi admiración pues logran que su música mantener el sabor y el amor con más fidelidad a su tierra.
ResponderEliminarAbrazos.
Pasando por tu blog observo que mi segunda y última frase de mi comentario ha quedado en el aire pues leyendo tu entrada y escuchando La Boda de Luis Alonso tengo la intención de marcar allí el hermoso tributo que hacen ustedes a su música tanto en teatros como en la calle. Me alegro y lo envidio.
ResponderEliminarBuena semana.
Esta pieza es un intermedio instrumental de una Zarzuela, una especie de ópera a la española, que me resulta muy alegre y me pareció adecuada para la época y el trasfondo de la novela. Un abrazo, amigo
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