La novela negra,
el noir, se alimenta de la realidad, de la cara oculta, de lo más
bajo del instinto humano, de las bajezas éticas. La muerte tendrá que
esperar, que cierra la trilogía escrita por Javier Valenzuela con Tánger
como telón de fondo, es un excelente ejemplo de ello.
Con gran habilidad
rescata personajes de sus anteriores títulos tangerinos, enhebra un sinfín de
historias muy actuales alrededor de una trama principal y ofrece así una visión
panorámica de la corrupción que campa a sus anchas cada día ante nuestras
narices: la del rey emérito, la de los bitcoins, la policial de las cloacas del
Estado, la de los eventos deportivos, la de la prensa… Y es que Javier, como
brillante periodista, ha sabido introducir cada una de esas cuestiones que nos
han llenado de zozobra y de desilusión estos años. Sólo el profesor Sepúlveda,
de nuevo, es de, entre los protagonistas, el que parece que intenta sobrevivir
sin que nada le salpique, observando lo que sucede con una mirada distante y
sarcástica.
Pero también ha sabido
humanizar y retratar a todos los demás personajes, que se hacen cercanos. A
veces, me he reído con algunas de sus descripciones porque, solo con el físico,
ya se adivina de qué personaje público real nos está hablando. Los clava. En
este punto me parece muy valiente por su parte que sean así de reconocibles,
hace la novela más realista y creíble.
Como ya hizo en sus
otras dos novelas, es fácil moverse por Tánger siguiendo su relato. Para
quienes conocemos bien la ciudad, nos situamos en cada escenario con una
facilidad pasmosa; para los lectores que no han estado nunca en Tánger, supongo
que les abre el apetito por conocerla. Se huele Tánger en estas páginas. Javier
conoce en profundidad a la ciudad y a su gente.