El hallazgo de un archivo inédito de Joaquín Amigo, el amigo
íntimo de Federico García Lorca asesinado también en Granada solo nueve días
después, le permite fijar dos historias paralelas (que la autora por supuesto
acabará cruzando): una sobre la investigación de la vida y obra de este
catedrático de literatura perteneciente a la Generación del 27, que fue uno de
los redactores de la revista granadina «Gallo» impulsada por Federico García
Lorca y Salvador Dalí, y otra sobre la realidad universitaria del presente.
Lorca, Dalí, pero también Luis Rosales y el análisis de sus
destinos trágicos que desgrana en La
calumnia Félix Grande le sirven a Ana Merino de excusa para
relacionar aquel momento y la situación actual de los archivos familiares con
los intríngulis del mundo académico (no precisamente bien parado, en esta
visión) y el juego literario de la identidad y el doble que primero analiza y
luego utiliza como recurso resolutivo de la novela.
Será por el ámbito metaliterario, será por los recorridos por un
entrañable Madrid muy reconocible y apreciado, el caso es que la novela, desde
que se ubica en el retorno a España, fluye con emoción e interés. Los
prolegómenos, en que necesita situar a la protagonista, explicar dónde se
halla, cómo ha llegado y sus circunstancias, le hacen dedicar muchos episodios
a diversos personajes y situaciones, a la manera en que desarrollara ya su
primera novela; ahí se atasca en una escritura con altibajos, que resulta
farragosa y reclama cierta corrección de estilo, incluso ortográfica. Esos
distintos avatares le hacen posible ir desplegando diferentes temáticas: ya sea
la soledad de la protagonista, el exilio como forma de vida, ya las relaciones
personales, la ansiedad e incluso los abusos, ya las rencillas académicas, todo
trufado de referencias poéticas e incluso menciones académicas ofrecen, en esa
primera parte, un resultado enmarañado.
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