Ciudad Victoria relata
el brumoso origen, el auge y la caída de un universo fantasioso cuya primigenia
voluntad de feliz convivencia —nacida del empeño de su fundadora, Pampa
Kampana, mujer a la que una diosa le ha insuflado su magia— va deteriorándose hasta
ver cumplido su infausto destino.
De acuerdo con su consabida querencia cervantina, Rushdie
traza la novela valiéndose del tópico del manuscrito hallado, como la
reescritura “en un lenguaje más llano” de una saga en sánscrito
denominada Jayaparajaya, un poema narrativo “tan largo como
el Ramayana” y escondido “en una cazuela
de barro sellada con cera en el corazón del Recinto Real ahora en ruinas”.
Su ficticio autor se convierte en instancia narrativa
necesaria para el juego de la metaficción que evoca el laberinto autorial
del Quijote. También es la voz que relata y elucida el juego de
tronos que la novela rememora. Y es al “presente autor, que no es ni un erudito
ni un poeta sino un simple cuentacuentos que ofrece esta versión para el mero
entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy, ya busque la sabiduría
o le diviertan los disparates”, al que le corresponde transmitir la epopeya del
reino de Bisnaga y redactar las paródicas notas en cursiva que acompañan al
texto guiñándole un ojo a la filología (“Podemos suponer, y parece ser así en
el manuscrito, que los versos […] de Achyuta fueron insertados después”) y lo
convierten en texto sagrado que requiere una exégesis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario