Un grupo de
personas camina a través de un paraje angosto. Nadie se atreve a elevar la
vista del sendero ni a pronunciar palabra. Su misión está clara, deben
dirigirse al lugar acordado; aquel que habitarán sus cuerpos y arrojará luz
sobre sus vidas. Porque allí, donde los espera él, el verbo está a punto de
convertirse en carne.
Los más devotos se agolpan frente a la iglesia
de San Pedro y San Pablo a la espera de que comience la procesión del Cristo de
la Misericordia, una de las más respetadas en Granada. La oscuridad y el
silencio cubren cada espacio de la escena, hasta que las puertas se abren y el
titilar de las velas advierten el inicio del paso, que apenas consigue avanzar
unos metros cuando un grito rompe la quietud de la noche.
Jimena Cruz, quien se encontraba en el lugar,
avanza entre el tumulto. A ese primero le han seguido más, y ahora todos
señalan al cielo al advertir, horrorizados, cómo un cuerpo pende en lo alto del
campanario.
Un nuevo descenso a los infiernos aguarda para
Jimena, que deberá dar caza a un asesino mientras lidia con un extraño
manifiesto que ha llegado a la ciudadanía y en el que se advierte del deseo de
ver reducida la Alhambra a cenizas.
Tras Las niñas salvajes y Las aguas sagradas,
llega el desenlace que miles de personas estaban esperando.