“El oído es el órgano del miedo”, escribe Nietzsche. Y con poco que
desarrollemos la frase le encontramos el eco de algunos de los mitos más
sugerentes de la modernidad: aquellos que toman como modelo a las dos
divinidades de la celebración delirante, de una naturaleza salvaje, Dionisos y
Pan. En primer lugar, el miedo pierde su carácter negativo; es, antes bien,
miedo “iniciático” previo al crecimiento o la superación de unos límites
personales. En segundo lugar, esa realidad que nos desborda, la percibe un
órgano a la vez cerebral y físico: el oído. Y, finamente, es la música, la
danza “pánica”, el vehículo que dinamita la autonomía del yo racional.
Dicho de una manera más sencilla: no escuchamos
música, pues esto supondría asimilarla a distancia. La música nos “posee”.
Somos vividos por la música.
La de Nietzsche es la primera frase Chamanes
eléctricos en la fiesta del sol, la nueva novela de Mónica Ojeda. Y sintetiza muy bien
su poética, porque en esta novela los cuerpos buscan su trascendencia en la
orgía del baile. De la misma manera, la naturaleza se entiende como cuerpo
superior y salvaje, una madre terrible. Y, en este sentido, es interesante
compararla con algunas novelas de modernismo literario, por ejemplo con las
de Thomas Mann, que abundan en escenas de raptos dionisíacos como
revulsivo para la insatisfacción con el racionalista mundo burgués. Pero
también es interesante comparar estos Chamanes con tanta
novela de nuestra época que bucea en los mitos de pureza en lo ancestral, lo
corporal, lo monstruoso, lo sublime, etcétera. Creo que en ambas comparaciones
Ojeda sale ganando. En primer lugar, porque nunca es inocente en el uso de unos
materiales tan frecuentados; en segundo lugar, porque tampoco es tópica nunca
ni panfletaria
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