Cuando estalla la guerra
civil española, el oficial Díez Arellano recibe la orden de reintegrarse a su
regimiento en una capital de provincia. Emprende el camino liberando a su paso
a los asediados en los cuarteles. Al llegar a la ciudad es arrestado, ya que
sus superiores dudan de su lealtad. Tras la toma del Alcázar es co
Sorprendido
en zona rural adicta a la República aquel dieciocho de julio, un oficial, que
acaba de repeler un ataque de insurgentes en su puesto de mando, recibe la
orden de reintegrarse a su regimiento, en la capital de la provincia. La
confusión es extrema, ignorándose de firme la procedencia y alcance del golpe
de Estado en aquellos primeros instantes. Acata el oficial la orden, si bien,
en el tránsito a su lugar de destino, caído para entonces en poder de los
facciosos, va a demorarse días y días, recogiendo y liberando por los pueblos a
los asediados en sus distintos cuarteles. A su llegada a la ciudad, le aguarda
la incomprensión de sus superiores, que dudan de su lealtad por el tiempo
transcurrido, razón por la cual se le arresta. La toma del Alcázar, por
aquellos días, da la vuelta a su situación, al convenirse que su desobediencia
-ahora simplemente demora- fue debida a consideraciones humanitarias. Y es agasajado
y condecorado por los mismos, hasta provocar en él un hondo rechazo. Se le
confían, entonces, labores de inteligencia militar en una misión de
infiltramiento en el Madrid republicano "España, guadaña" será su
consigna-, a donde accede, tras un accidentado viaje, en los decisivos días de
noviembre de 1936. Al contacto con la miseria y la degradación, pero también la
lealtad y el heroísmo, sus convicciones irán desplazándose hasta no saber por
qué bando lucha ni a qué bandera sirve. Así el comandante Díez Arellano
terminará sus días de guerra, en un pueblo levantino, trabajando como bracero
anónimo en la finca que fue propiedad de su familia, agotado por el sufrimiento
moral y quebrantado por la falta de esperanza. Santuario del odio hace alusión
a la sacralización del odio en ambos bandos, lo que explica no ya que los
espanoles nos matásemos entre sí, sino la manera brutal en que lo hicimos.
Ciertamente todos sabemos una parte de la guerra civil española, sin embargo el relato que nos narra, Antonio, demuestra -como he sabido- un grado de odiosidad entre dos bandos, donde la cantidad de artistas, poetas torturados y muertos fue, como en la dictadura militar de Chile, de civiles amantes de la verdad y la paz.
ResponderEliminarAbrazos.