«A la mierda con Freud», escribe en el primer párrafo.
Un poco más adelante mandará a la mierda a Breton. Pero además de estos
desaires, Umbral rompe con la estructura convencional de la novela. Los poemas
asoman en varias ocasiones entre el discurso lírico. O se convierten en prosa,
la prosa poética que tanto admiraba de Juan Ramón Jiménez. Umbral se mueve con
gracia y agilidad en la frontera de los géneros. Por momentos, como lector, me
parece que estoy dentro de un diario sin fechar. En otras ocasiones, que me
deslizo por unas memorias, o por un ensayo fragmentario y ontológico. Otras
veces, en cambio, lo leo como una novela en la que un padre dialoga con su hijo
y el mundo, en tono melancólico y agorero: «Cómo corrió el niño, cómo cantó,
cómo jugó, cómo le veía yo sobre el fondo irreal y preciso del cementerio, en
la fiesta pobre, buscando camino entre los escombros, flores entre las piedras,
piedras entre las flores. Un cielo morado que de repente se hizo nocturno, y el
alivio vago que sentí al tomar al niño de la mano y volver con él a la ciudad,
rescatándole de no sé qué lejanías de muertos y campos». Dan ganas de
preguntarle al escritor qué hace con su hijo en el cementerio habiendo parques
en la ciudad. Pero el escritor, siempre inteligente, sólo hace un guiño a lo
que está por llegar.
En este bastardeo, la intimidad se metamorfosea con la
experiencia del hombre contemporáneo. La huella poética con la filosófica.
En Mortal y rosa, además de Juan Ramón Jiménez, Umbral dialoga
con Vallejo, Guillén, Salinas y Lorca. Con Ortega y Baroja —al que detestaba—,
con Unamuno y Gómez de la Serna. Con Valle-Inclán y con Neruda —el poeta que lo
hizo escritor—, entre otros. Aunque más que una conversación, es un monólogo
que acoge voces, casi todas poéticas. El peso de la poesía en la formación del
escritor es clara. Como consecuencia, Mortal y rosa es un
libro de un lirismo donde la alta poesía se mezcla con lo reflexivo y lo
cotidiano: «Éramos líricos y blancos, dos almas esbeltas en una primavera de
papel —recuerda—, y ahora la vida nos ha reunido, abrasados ya de días,
sazonados de muerte. Éramos aquellos que acrecentaban la luz y, un día, uno de
esos días que transcurren en sombra, la vida nos reunió». El estilo es su
navaja perfecta. Un estilo que siempre ha tenido dos lecturas. Muchos lo han
alabado, otros tantos lo han denostado. «Literatura de sonajero», lo llamó Juan
Marsé. Un artista con el carácter de Umbral no estaba hecho para salir a la
calle con una prosa gris y funcionarial. El estilo es fondo y forma. La manera
en la que el escritor se pasea por la vida.
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