La mujer rubia es Carmen Díez de Rivera, la musa de la Transición, pero el
protagonista real de esta novela a caballo entre la ficción y la Historia es
Adolfo Suárez, un héroe romántico como ha comentado Manuel Vicent. El punto de
arranque del texto es esa imagen del Rey y Suárez caminando por el jardín de la
casa del expresidente del Gobierno, el día en que el monarca le impuso el
Toisón de Oro. Suárez está perdido en el bosque lácteo, dice metafóricamente
Vicent, y empiezan a surgir como espectros personajes de su biografía.
Vicent se detiene en el momento crucial del encuentro entre Díez de Rivera
y Suárez, cuando este era director general de RTVE, aún en vida de Franco. Él
era un político ambicioso, sin demasiados principios, que una vez en el poder
asumiría de forma impecable su papel de hacedor de la democracia. Ella era una
mujer con una historia que daría para un par de culebrones: había nacido fruto
de la relación extramatrimonial entre la marquesa de Llanzol y Ramón Serrano
Súñer, pero ella no conoció esa circunstancia hasta que, siendo aún muy joven,
se enamoró de un hijo del cuñadísimo. Cuando ya iban a anunciar en su parroquia
las amonestaciones para la boda entre ambos, ella supo que no podía casarse
porque su novio era en realidad su medio hermano.
A partir de ahí, depresión, paso por un convento, años de cooperante en
África... y luego trabajó con el filósofo Zubiri y tareas de enlace con todos
los políticos aperturistas del franquismo y con casi todos los líderes de la
oposición democrática.
Por el libro pasan Carrillo y Fraga (este, maravillosamente retratado),
Tierno Galván y Felipe González, el Rey y Gutiérrez Mellado, el 23-F y los
conspiradores que dinamitaron la UCD. Todo ello, escrito con el estilo a veces
barroco, a veces caricaturista, siempre brillante de Vicent. La Transición como
tema literario está de moda
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