Porchia denominó
“voces” a sus escritos señalando la radicalidad del habla: lo que se dice y se
oye, no lo que se escribe. Nada de escritura ni, menos aún, de texto, aunque la
etimología de esta palabra (“tejido”) tenga una nobleza oculta, a pesar de los
abusos innobles de cierta crítica y de los mil y un profesores de teoría
literaria. Sin embargo Porchia no tejió sino que lanzó sus voces al aire,
consciente de su instantaneidad, de su respuesta al misterio del ahora. La
cualidad de lo instantáneo no significa aquí negación de la complejidad y
diversidad de lo temporal sino afirmación a través de ese punto del tiempo que,
al decir ahora, dice siempre y nunca. La rueda del tiempo, cuya circular imagen
es tan antigua como los orígenes del hinduismo, se apoya en un punto, siendo el
resto intuición y deducción. Todos los siglos y milenios se apoyan siempre en
el instante, en este “ahora” mío (el tuyo “ahora”) en que escribo. Porchia
rumiaba sus voces, hasta que las llevaba al papel, penetrando en ese ahora que,
curiosamente, salta el tiempo porque no está anclado en la historia. La
reflexión, rozando a veces lo poético o el enigma, es radical, desciende o sube
a la raíz (hay raíces aéreas), de ahí que en realidad se pueda situar a Porchia
en cualquier lugar y, me atrevería a decir: en cualquier época. Hay escasa
historia en este hombre que vivió en barrios populares y siempre rodeado de
amigos pintores. Desde Roger Caillois –que lo descubrió no sólo para los
franceses sino para muchos poetas cultos argentinos– la pregunta sobre el
enigma Porchia se ha reiterado: fue ajeno a las letras en buena medida y sin
embargo es autor de una obra memorable que fascinó, por citar sólo a algunos, a
André Breton, Henry Miller, y de manera especial, a Alejandra Pizarnik y Roberto
Juarroz. De hecho, si hay que pensar en un
antecedente de la poesía de Juarroz, el primer nombre es el de Porchia. Él mismo –no muy dado a aceptar influencias de sus coetáneos– señaló su admiración y deuda.
antecedente de la poesía de Juarroz, el primer nombre es el de Porchia. Él mismo –no muy dado a aceptar influencias de sus coetáneos– señaló su admiración y deuda.
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