El jardín de las delicias
es un libro de recuerdos y vivencias en el que Francisco Ayala, como en el
cuadro homónimo de El Bosco, aborda la dicotomía entre el amor y el dolor, la
ternura y la crueldad, la vida y la muerte. Son piezas diversas, escritas a lo
largo de los años, a partir de 1941, como si fueran noticias que reposan en las
páginas de un periódico que amarillea en una hemeroteca. En realidad, son un
espejo del mundo en el que vivimos. Están combinadas, según el propio Ayala,
«como los trozos de un espejo roto» sobre los que, al asomarse, «pese a su
diversidad, me echan en cara una imagen única, donde no puedo dejar de
reconocerme: es la mía». Las piezas van acompañadas de las pinturas, esculturas
y monumentos referidos en las mismas, anotadas de puño y letra por el autor. No
son simples ornamentos editoriales, sino, como dice Ayala en su Narrativa
completa que se publicó Alianza Editorial en 1993, «parte integral de su
composición como objeto artístico». Una prosa a la vez elegante y directa unas
ilustraciones sin las cuales el texto «quedaría desvirtuado» uniforman, juntas,
la que es obra capital de uno de los grandes escritores españoles de nuestro
tiempo
Es El
jardín de las delicias obra metagenérica y metalingüística. Por ejemplo, en
el texto introductorio sobre la presunta condena de un asaltante a un tren,
como en el far west,
destaca el empleo de la cursiva durante la redacción de los hechos, y la
tipografía habitual sobre aquello que de ordinario debería ser lo destacado. Es
decir, la ficción ya está siendo apuntada por medio de la forma.
Y
metagenérica, pues en ella se entrelazan los géneros literarios de la crónica
de sucesos o de viajes, la anécdota, el aforismo, el género epistolar o la
reflexión entrañablemente metafísica, que hace que dichos géneros correteen
tratando de ofrecer todo un puzle anímico, un collage de
vivencias extrapolables, amena “carta al lector”, que es el destinatario último
en todo lo que concierne al arte.
Alguien podría decir que determinados
artículos periodísticos son más el resultado de una política-ficción que una
crónica objetiva y veraz, pero no seamos arteros y digamos que, caso de serlo,
tal idea ya fue vaticinada por, entre otros, Francisco Ayala, a través de las noticas-bomba que
“recopila” durante la primera mitad del libro. ¿Realidad o ficción? Ambos
inextricablemente unidos, un quid pro quo o who
is who donde la realidad se incrusta en la ficción, y
viceversa. En definitiva, el empleo de la prensa diaria como un espejo
(¿reflejo?) de la globalidad.
Así
sucede con la -de nuevo supuesta- nota de suicidio de El
caso de la starlet duquesita, con la chocante
muerte de un niño (Otra vez los gamberros), con la noticia “rosa” de una
pareja japonesa sorprendida tras un seto debido a La
escasez de la vivienda en Japón,
con la confección de una muñeca hinchable en Ciencia
e industria, o en fin, con la visión irónica sobre
una conferencia acerca de la salud durante la edad provecta en Actividades
culturales.
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