El país bajo mi piel se
divide en cuatro partes: Habitante de un pequeño país, En el exilio, El regreso
a Nicaragua y Otra vida. En cada una de ellas, por medio de capítulos cuyos
nombres constituyen un resumen de aquello sobre lo que se va a contar, Gioconda
va narrando su vida mezclando años y personajes, pero con una progresión
temática que nos permite entender el significado de esa oscilación. En el
recorrido de sus páginas no solo se habla del amor a la lucha, sino también, de
los amores de carne y hueso de esta mujer: su primer marido con quien se
casó a los 18 años después de un noviazgo fugaz, hombre convencional, callado,
desapasionado, con quien tuvo dos hijas; su compañero de lucha Marcos, que fue
su amante mientras ella todavía estaba casada; el brasilero Sergio, que supo
aliviar el enlutado corazón de Gioconda después de una gran pérdida, hombre con
el cual volvió a comprometerse con el casamiento y con el que tuvo a Camilo;
Modesto, otro compañero de lucha, que no soportó compartirla y la obligó a
tomar la decisión de elegir entre Sergio o él, hombre de ánimos cambiantes por
el que Gioconda sintió un amor tormentoso; y finalmente, Carlos, su actual
marido, padre de su cuarta hija, “puerto de sus tempestades”, dice ella en su
dedicatoria. También se detalla la concepción de sus hijos: Miryam, Melissa,
Camilo y Adriana; el nacimiento de cada uno y sus complicaciones, las fallas
que reconoce de su maternidad, los planteos y las luchas para estar cerca de
ellos; los padres, los hermanos, los entrañables compañeros que vio morir a
causa de la revolución, los amigos. Todos ellos, van acompañando la historia de
vida de Gioconda que es suya y es, a la vez, la historia de una revolución.
En el paseo por su vida, la
comandante Belli, que aprendió a usar armas y fue correo clandestino del Frente
Sandinista de Liberación Nacional, nos cuenta la historia de un pueblo
esperanzado en formar una vida propia, fuera del sometimiento de la dictadura
de la familia Somoza. Y lo hace con sus armas de hoy: las palabras.