La fábula de Honoré de
Balzac La obra
maestra desconocida es fascinante, tanto por su contexto como por su lección. La primera
versión apareció en 1831, en la revista L'Artiste, y fue subtitulada entre paréntesis como "cuento fantástico"
a la manera de los relatos de E. T. A. Hoffmann. La quinta y definitiva, que
vio la luz catorce años más tarde, se incluyó en el conjunto de cuentos Le provincial à Parisy su lectura nos asoma
a la historia del anciano pintor Frenhofer y su lucha frente a lo inefable a
través de la fantasía y el amor; amor a una mujer, a lo creado por las propias
manos, o a ambas cosas a la vez. El relato de Balzac también sugiere que sólo a
través del arte y la poesía es posible el conocimiento, vislumbrar esa temible
morada que es presumiblemente la eternidad, en la que no se entra si no es
abrazando la muerte. Sobredosis de barbitúricos, el flujo de la sangre
interrumpida... Rothko, Pollock, David Smith... Esa peculiar ilusión de lo
definitivo, la muerte, venerada en los museos y en la educación artística
americana, es la misma que el maestro Frenhofer anticipó en su taller ante el
súbito descubrimiento de su inútil esfuerzo. Queremos ver en el viejo loco al
héroe. Su actitud romántica, su búsqueda de un sueño supuestamente imposible,
hace que la influencia cervantina en La obra maestra desconocida sea completamente natural.
Flaubert, Dostoievski, Melville... ¿Cómo no gravitar hacia la órbita de Balzac?
Con todo, sería bueno
y esperanzador romper con el decoro interpretativo de La obra... Conscientes de
que la superioridad masculina -la superioridad de Frenhofer- es mucho más que
una ficción, podemos ver en el relato de Balzac el papel secante que expresa el
(útil) reconocimiento de la sumisión
de la mujer que se experimenta dividida, atrapada en las contradicciones entre
su posición como ser humano y su vocación de musa.
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