El joven sin alma evoca los años
adolescentes y el ambiente familiar y social (educación, ritos,
religión, enfermedad...) de Molina Foix en su tierra natal, las estancias parisinas para
mejorar el francés escolar, la llegada a Madrid para estudiar Derecho, con un
apunte sobre el sedicente activismo político, y, además de episodios en algún
otro lugar, la constitución en Barcelona de una “banda” amistosa decisiva en su
curriculum sentimental y profesional.
Numerosos datos menudos rellenan este lapso temporal: la vida en la provincia, el posterior trato con cinéfilos y escritores y el descubrimiento de una orientación sexual ignorada. Este relato está filtrado por una óptica irónica y humorística, con dosis de distanciamiento y escepticismo, e incluso con brochazos burlescos (satírico retrato del escritor institucional a cuenta de una conferencia de Cela). Con el desparpajo de este enfoque se corresponden unos pasajes concisos y amenos, y un estilo rápido, directo, de sintaxis entrecortada.
Todo ello no busca la estampa costumbrista sino mostrar los mimbres de una historia de formación. La novela (o memorias, si se quiere) resucita la educación sentimental y artística de un sector de los jóvenes de los años 60 (se pone mucho cuidado en datar las fechas de los hechos), el de los “novísimos”. La gracia y peculiaridad de la evocación consiste en evitar los recuerdos abstractos y encajarlos en personajes reales, elevados a la categoría de guías y arquetipo: Ramón (cuando aún no era Terenci Moix) y su hermana Ana María, Leopoldo (María Panero) o el hermano de Vicente (el traductor y experto en cine Juan Antonio).
La segunda parte del libro sustituye el desenfado por una tonalidad grave porque ahora se procede a contrastar “aquel que fuiste” con “el que eres hoy” y surge de manera inevitable el acorde elegiaco y la vivencia de la derrota, la contemplación, rondando los 70 años, de unos “niños envejecidos”. “Estás de retirada del mundo”, confiesa Molina Foix. Todo ello proporciona a esta “novela romántica” un acentuado carácter de reportaje generacional, una inquietud que ya nucleó una de sus mejores novelas, La quincena soviética. La evaluación vital del autor conduce más a la melancolía que al desencanto (en las antípodas de la dureza y el ajuste de cuentas del documental de Jaime Chávarri sobre los hermanos Panero) y esta conclusión nos llega con alta y convincente densidad emocional. No alcanzará a percibir toda su fuerza, sin embargo, el lector que no esté en el ajo de las peculiaridades de la “banda”. Es el riesgo de la literatura más o menos en clave.
Numerosos datos menudos rellenan este lapso temporal: la vida en la provincia, el posterior trato con cinéfilos y escritores y el descubrimiento de una orientación sexual ignorada. Este relato está filtrado por una óptica irónica y humorística, con dosis de distanciamiento y escepticismo, e incluso con brochazos burlescos (satírico retrato del escritor institucional a cuenta de una conferencia de Cela). Con el desparpajo de este enfoque se corresponden unos pasajes concisos y amenos, y un estilo rápido, directo, de sintaxis entrecortada.
Todo ello no busca la estampa costumbrista sino mostrar los mimbres de una historia de formación. La novela (o memorias, si se quiere) resucita la educación sentimental y artística de un sector de los jóvenes de los años 60 (se pone mucho cuidado en datar las fechas de los hechos), el de los “novísimos”. La gracia y peculiaridad de la evocación consiste en evitar los recuerdos abstractos y encajarlos en personajes reales, elevados a la categoría de guías y arquetipo: Ramón (cuando aún no era Terenci Moix) y su hermana Ana María, Leopoldo (María Panero) o el hermano de Vicente (el traductor y experto en cine Juan Antonio).
La segunda parte del libro sustituye el desenfado por una tonalidad grave porque ahora se procede a contrastar “aquel que fuiste” con “el que eres hoy” y surge de manera inevitable el acorde elegiaco y la vivencia de la derrota, la contemplación, rondando los 70 años, de unos “niños envejecidos”. “Estás de retirada del mundo”, confiesa Molina Foix. Todo ello proporciona a esta “novela romántica” un acentuado carácter de reportaje generacional, una inquietud que ya nucleó una de sus mejores novelas, La quincena soviética. La evaluación vital del autor conduce más a la melancolía que al desencanto (en las antípodas de la dureza y el ajuste de cuentas del documental de Jaime Chávarri sobre los hermanos Panero) y esta conclusión nos llega con alta y convincente densidad emocional. No alcanzará a percibir toda su fuerza, sin embargo, el lector que no esté en el ajo de las peculiaridades de la “banda”. Es el riesgo de la literatura más o menos en clave.