La poesía de Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) se ha
caracterizado, desde su primera publicación en 1974 -el poema “Áreas verdes” en
la revista Manuscritos-, por su vinculación con otras disciplinas;
en concreto con la lógica, las matemáticas y la psiquiatría. El propio Zurita
ha señalado en diversas ocasiones el origen científico de su escritura: una
genealogía matemática derivada de su formación como ingeniero civil. Su primer
libro Purgatorio (1979) incorpora, entre otros, teoremas,
series lógicas alteradas, fórmulas matemáticas combinadas con imágenes
poéticas, electroencefalogramas, un reporte psiquiátrico. El objetivo de este
ensayo es desentrañar estos recursos y mostrar la ya de por sí evidente unión
entre ciencia y arte.
Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950). Ha publicado los
siguientes libros de poesía: Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), La
Vida Nueva (1994) -en donde se reúnen los poemarios El paraíso
está vacío (1984), Canto a su amor desaparecido (1985), El
amor de Chile (1987) y Cantos de los ríos que se aman (1993)-, Poemas
militantes (2000), INRI (2004), Los países
muertos (2006). En 1988 recibió el premio Pablo Neruda, en 2002 el
Premio Nacional de Literatura de su país y, recientemente, en 2006, el Premio
José Lezama Lima.
Palabras clave: Raúl Zurita, Purgatorio, intertextualidad,
arte-ciencia, geometría no-euclidiana, multilinealidad, teorema, álgebra.
En 1562,
después de diversos aplazamientos, se ratificó en el Concilio de Trento la
existencia del Purgatorio. Este hecho que resuena significativo -ya que
lo revalidado subraya, en este caso, lo puesto en duda, lo
ilegítimo- es sólo una consecuencia de un amplio proceso que venía gestándose
desde los inicios de la era de Cristo: Clemente de Alejandría y Origen, dos de
los más altos exponentes del cristianismo en Grecia, reconcibieron en el siglo
III un fuego purificador capaz de redimir los pecados; una especie de infierno
temporal en el que el expiado podía ganarse el acceso al Cielo. Pasarían
dos siglos para que la referencia a ese fuego inteligente, mezcla
entre las tradiciones paganas-helénicas y exégesis diversas de la Biblia,
adquiriera un nombre: el purgatorius temporarius pronunciado
por San Agustín [1]. Para la fecha de la ratificación del
Purgatorio en Trento, Dante ya había escrito La Divina Comedia (principios
del siglo XIV) propiciando un vasto imaginario no sólo para las artes, sino
para la cultura en general.
La portada de la primera edición de Purgatorio comienza
a delinear una respuesta. Es la imagen de una herida: Zurita, en oposición a
los crímenes infringidos por la dictadura, se quemó el rostro con un hierro
incandescente. Para el poeta chileno este acto significó, después de aquel
golpe tremendo, poner “la otra mejilla” a la usanza cristiana [4].
Y, al mismo tiempo, fue una forma de grabarse el propio país en el cuerpo. La
cicatriz, en contraste con sus facciones, fue el vehemente desierto de Atacama
contra las cordilleras y las llanuras: la geografía chilena tatuada en el
semblante. Desde este punto, Zurita enuncia: hay heridas abiertas;
heridas profundas que no responden a los tratamientos, a la progresión clínica.
Hablar desde el Purgatorio implica hablar desde un estado intermedio (entre la
muerte y el juicio último, por ejemplo), hablar para el futuro, para un
después-de-mí; pero también, enunciar desde un estado de dolor y purificación.
Una herida de estas dimensiones proyecta el comienzo del libro.
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