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sábado, 19 de septiembre de 2020

PURGATORIO de Raul Zurita

 

 La poesía de Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) se ha caracterizado, desde su primera publicación en 1974 -el poema “Áreas verdes” en la revista Manuscritos-, por su vinculación con otras disciplinas; en concreto con la lógica, las matemáticas y la psiquiatría. El propio Zurita ha señalado en diversas ocasiones el origen científico de su escritura: una genealogía matemática derivada de su formación como ingeniero civil. Su primer libro Purgatorio (1979) incorpora, entre otros, teoremas, series lógicas alteradas, fórmulas matemáticas combinadas con imágenes poéticas, electroencefalogramas, un reporte psiquiátrico. El objetivo de este ensayo es desentrañar estos recursos y mostrar la ya de por sí evidente unión entre ciencia y arte.
    Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950). Ha publicado los siguientes libros de poesía: Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), La Vida Nueva (1994) -en donde se reúnen los poemarios El paraíso está vacío (1984), Canto a su amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987) y Cantos de los ríos que se aman (1993)-, Poemas militantes (2000), INRI (2004), Los países muertos (2006). En 1988 recibió el premio Pablo Neruda, en 2002 el Premio Nacional de Literatura de su país y, recientemente, en 2006, el Premio José Lezama Lima.
Palabras clave: Raúl Zurita, Purgatorio, intertextualidad, arte-ciencia, geometría no-euclidiana, multilinealidad, teorema, álgebra.

En 1562, después de diversos aplazamientos, se ratificó en el Concilio de Trento la existencia del Purgatorio. Este hecho que resuena significativo -ya que lo revalidado subraya, en este caso, lo puesto en duda, lo ilegítimo- es sólo una consecuencia de un amplio proceso que venía gestándose desde los inicios de la era de Cristo: Clemente de Alejandría y Origen, dos de los más altos exponentes del cristianismo en Grecia, reconcibieron en el siglo III un fuego purificador capaz de redimir los pecados; una especie de infierno temporal en el que el expiado podía ganarse el acceso al Cielo. Pasarían dos siglos para que la referencia a ese fuego inteligente, mezcla entre las tradiciones paganas-helénicas y exégesis diversas de la Biblia, adquiriera un nombre: el purgatorius temporarius pronunciado por San Agustín [1]. Para la fecha de la ratificación del Purgatorio en Trento, Dante ya había escrito La Divina Comedia (principios del siglo XIV) propiciando un vasto imaginario no sólo para las artes, sino para la cultura en general.

La portada de la primera edición de Purgatorio comienza a delinear una respuesta. Es la imagen de una herida: Zurita, en oposición a los crímenes infringidos por la dictadura, se quemó el rostro con un hierro incandescente. Para el poeta chileno este acto significó, después de aquel golpe tremendo, poner “la otra mejilla” a la usanza cristiana [4]. Y, al mismo tiempo, fue una forma de grabarse el propio país en el cuerpo. La cicatriz, en contraste con sus facciones, fue el vehemente desierto de Atacama contra las cordilleras y las llanuras: la geografía chilena tatuada en el semblante. Desde este punto, Zurita enuncia: hay heridas abiertas; heridas profundas que no responden a los tratamientos, a la progresión clínica. Hablar desde el Purgatorio implica hablar desde un estado intermedio (entre la muerte y el juicio último, por ejemplo), hablar para el futuro, para un después-de-mí; pero también, enunciar desde un estado de dolor y purificación. Una herida de estas dimensiones proyecta el comienzo del libro.




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