El relato de los hechos yuxtapone y alterna dos puntos de vista:
el del anciano Julián, que ha compensado sus padecimientos en el campo de
exterminio de Mauthausen colaborando durante años con una organización
destinada a buscar nazis desperdigados por el mundo, y el de la joven Sandra,
embarazada y solitaria, que pasa una temporada en la casita que le ha cedido su
hermana. El encuentro fortuito y la amistad subsiguiente entre Sandra y el
matrimonio noruego de los Christensen -en realidad, dos antiguos nazis
apaciblemente retirados en una lujosa urbanización- convierte a la muchacha en
el nexo entre el antiguo cazanazis y unos cuantos criminales supervivientes que
se ocultan, como otros jubilados extranjeros, en la población costera. Los
relatos en primera persona de Julián y Sandra no sólo permiten la
contraposición de perspectivas diferentes -aplicadas en varias ocasiones a un
mismo suceso-, sino que ayudan a subrayar una distancia generacional y marcar
hasta qué punto sus barreras pueden debilitarse ante determinadas
circunstancias.
Porque, por debajo del relato primario y de la historia de los
nazis supervivientes, Lo que esconde tu nombre contiene también una reflexión
sobre la vejez, sobre la maduración y la asunción de responsabilidades -es el
caso de Sandra- y también sobre el amor como un impulso que estalla al margen
de toda lógica. Lo otro, el espionaje a que Julián somete al grupo nazi, está
bien narrado, con una cuidadosa dosificación de informaciones, si bien recuerda
muchos modelos y estructuras narrativas bien conocidas, sobre todo del cine
negro norteamericano (incluso el hecho de que el hotel de Dianium tenga un
detective -p. 70- constituye un curioso fenómeno de importación).
Sustancialmente, sobre estas páginas gravita el recuerdo de la película de
Hitchcock Encadenados (Notorious, 1946), donde Devlin
(Cary Grant) lograba, como aquí Julián, que Alicia Huberman (Ingrid Bergman)
actuara como topo en el grupo de espías en que se había integrado.
Muchos ingredientes de esta película y, en general, del cine de Hitchcock, como el juego con las apariencias engañosas o las sospechas que se desvelan poco a poco, están presentes en estas páginas, que no descuidan, sin embargo, lo esencial en el diseño de los caracteres: la compleja relación entre Sandra y Julián -crecientemente preocupado por su decadencia física-, con sentimientos ambiguos que los distancian y aproximan al mismo tiempo, así como la dispar reacción de ambos ante la irrupción de Alberto en sus vidas, proporcionan a la novela cierta profundidad psicológica de que la historia exterior, por sí sola, carecería. Y, por lo general, la prosa es funcional y correcta, aunque con alguna construcción cacofónica (“la noté desmejorada, quizá demasiado delgada para estar embarazada, pero era sólo una impresión de pasada”, p. 169), alguna fórmula funcionarial (“a día de hoy”, p. 107) o alguna leve incongruencia (el “director” del gimnasio [p. 248] o el coloquialismo “pasmarote” [p. 53] puesto en boca de la noruega Karin).
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