«Señora de rojo sobre fondo gris» es una elegía, un lamento, una reflexión sobre la pérdida. José Sacristán le pone voz, gesto y lágrimas, también unos tragos de alcohol y algunos valiums, a este monólogo sobre la muerte de la persona a la que se ha amado siempre y agita las cenizas del recuerdo para repasar la vida junto a ella y las fechas terribles de su enfermedad. Basado en la novela homónima que Miguel Delibes escribió sobre el fallecimiento de su esposa, Ángeles Castro, la obra nos habla sobre la naturaleza del amor, sobre la necesidad, sobre la dimensión de la felicidad: «Su sola presencia –nos dice, en frase que oyó a Julián Marías– aligeraba la pesadumbre de vivir».
La adaptación
de la obra incide fundamentalmente en la caída al vacío de ese pintor en crisis
incapaz ya de coger los pinceles y representar el mundo. El estudio en que se
ha convertido el escenario está teñido del gris de la nada, del plomo del
dolor. Una pregunta terrible se escapa de su boca, una pregunta que hace llevar
el melodrama a un punto interesante de complejidad: ¿El lamento es solo por
ella o porque sin ella él también ha muerto como creador? Sacristán bucea en
esa doble muerte en la que los ángeles no bajan y construye sobre las tablas la
confesión de un pulso herido, de un alma a la deriva porque ahora el tiempo es
una Furia que le roe las entrañas, incapaz de ser rectificado, incapaz de
volver a ser vivido. Todo ello a las puertas de una historia nueva, esto es,
mientras se derrumba el régimen de Franco en las caballerizas de El Pardo.
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