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sábado, 2 de enero de 2021

DICEN LOS SÍNTOMAS de Bárbara Blasco

 


Si una novela habla acerca de la enfermedad, es que lo hace de la muerte. Y por lo tanto, del paso del tiempo, cuyo sinónimo más inmediato, además del propio cuerpo, es la familia: nuestra doble condición de hijas y padres, o de hijas sin hijos, su naturaleza cíclica e inevitable. Estos asuntos son convocados en Dicen los síntomas, último Premio Tusquets de novela, en la que Bárbara Blasco (Valencia, 1973) nos amarra a los pies de una cama de hospital en la que agoniza en coma el padre de su protagonista. Virginia, narradora en primera persona, observa al moribundo desde el resentimiento: fuiste un padre egoísta, le dice, nos dice, que organizó a su alrededor un pequeño cosmos de mujeres cuyas relaciones son tirantes, incómodas. Hablamos de la madre de Virginia, con su retórica hecha de “giros sin señalizar” y huidas hacia delante; de su hermana impecable, satisfactoria, y siempre consentida; tal vez hablemos también de una amante.

He empezado con una lista de posibles “temas” de la novela, pese a que una buena novela nunca puede reducirse a uno o varios temas, y Dicen los síntomas lo es. Por eso, resulta muy lógico que la palabra que de verdad funciona como estribillo, escena tras escena, sea “realidad”. Quienes leemos lápiz en mano extraeremos una docena de fragmentos lúcidos alrededor del concepto. Todo el tono del libro, de hecho, es el de una conversación extremadamente íntima con una interlocutora capaz de reír a menudo para convivir con el dolor. Paso a paso, y en un sentido amplio, Blasco va construyendo un texto realista, preocupado por la identificación de lo verdadero con lo ficticio o viceversa, y atento a las señales minúsculas que emiten los cuerpos y el lenguaje (la definición de la jerga médica como un “contralenguaje, siempre reaccionario”, es de una suspicacia que reconfAl final, en una novela tan minuciosamente calculada como esta, tenemos que volver a su peculiar título: y bien, ¿qué dicen los síntomas? Para la narradora, todos ellos “pertenecen a una misma enfermedad”, y no es difícil identificar esa enfermedad con la vida o el inconveniente de estar vivo, en un libro que se complace citando a Cioran.

 ¿La realidad? Que el tiempo pasa y morimos, ¡a ver si no qué otra cosa queríamos escuchar! Por tanto, lo real aparece aquí como fatal y triste, salvo por el instante en que dos cuerpos se abren al amor. Son las dos únicas líneas del libro que pueden considerarse cursis: “nuestras realidades se levantan las faldas, traviesas”, ay. Por supuesto, el cambio es deliberado, la autora corre a conciencia el riesgo de escribir “enagua”, y usted decidirá si lo considera un logro o no.ortará a cualquier lector que haya tenido que descodificarla alguna vez).




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