El libro de Eva puede
considerarse un elocuente capricho teologal, sobre todo por la presteza con la
que contradice ciertos dogmas. Pero ya que aspira a un público que sabe de
reivindicaciones y demoliciones de antiguos ídolos, es, sobre todo, y sin perder
su voluntad literaria, un rompimiento de lanzas contra el patriarcado. De Adán
a los nietos de Noé —el linaje que consigna la novela— no encontramos sino
gorjeos dementes, discursos idiotas, actos y leyes concebidos por la lujuria o
la sinrazón. Pero no es el pasado al que apunta El libro de Eva. Inquiere al
presente, que es, por otra parte, la versión remasterizada del Caos que
antecedió a todo. Ni los seres que pueblan la Tierra son obra del Creador; ni
Eva nació de la costilla de Adán; ni el fuego se debe al ingenio de un
patriarca obsesionado con los sacrificios; ni Caín fue la semilla envenenada
del género humano, ni Abel un pastor bienaventurado; ni Noé, siempre lascivo
por el alcohol, respondió a una voz sobrenatural y construyó un arca para
preservar del diluvio a las especies animales y vegetales. Son otros los hechos
narrados en El libro de Eva (Alfaguara), una encantadora y revoltosa novela
nacida de la alegría de vivir. Son otros los hechos porque, según la trama
urdida por Carmen Boullosa, el Génesis recoge las mentiras de un fabulador
envidioso —del clítoris, por supuesto— y holgazán, el mismo Adán, quien alguna
vez impuso el derecho de propiedad, la existencia de un Todopoderoso y la
devaluación física y moral de la mujer. La voz que seguimos proviene entonces
de ese otro lado, marginal y subterráneo, donde las palabras no han sido
quebrantadas por el silencio.
Son otros los hechos
porque, según la trama urdida por Carmen Boullosa, el Génesis recoge las
mentiras de un fabulador envidioso —del clítoris, por supuesto— y holgazán, el
mismo Adán, quien alguna vez impuso el derecho de propiedad, la existencia de
un Todopoderoso y la devaluación física y moral de la mujer. La voz que
seguimos proviene entonces de ese otro lado, marginal y subterráneo, donde las
palabras no han sido quebrantadas por el silencio.
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