Durante el confinamiento de la primera ola de la pandemia, va a hacer ya un año, me acompañó entre otros un libro que ya ha pasado a formar parte de mí como todo lo que nos emociona, nos enseña o nos hace pensar. El libro —una novela— es de un escritor griego que vive en Suecia, a donde emigró en los años sesenta y desde donde escribe como si nunca hubiera abandonado su país. Theodor Kallifatides es su nombre.
En El asedio de Troya, la novela que leí en aquellos días, Kallifatides cuenta una historia que a la luz de lo que estaba ocurriendo en el mundo entonces y de lo que continúa ocurriendo hoy cobra otra dimensión. Una maestra de un pueblo griego ocupado por los alemanes durante la II Guerra Mundial les lee a sus alumnos la Ilíada para que se evadan de lo que está pasando en su pueblo y para que por comparación lo relativicen, cosa que logra solo mientras la lectura dura, pues cuando los alumnos salen de la escuela se enfrentan a la realidad de nuevo. Y la realidad es que los alemanes imponen sus condiciones y mandan en el pueblo, maltratan a sus padres y vecinos, incluso matan a 10 de ellos en un macabro sorteo público en venganza porque uno de los suyos murió en una emboscada de la resistencia. La maestra, día tras día, les va leyendo la Ilíada a sus alumnos sin escatimarles las más feroces escenas, esas en las que se manifiesta la crueldad humana, que en el relato de Homero son numerosas, y a cuyo lado la de los alemanes parece casi hasta soportable. Cubrir con una tragedia otra es un remedio para la desesperanza y es lo que cuenta El asedio de Troya, que a mí me sirvió para evadirme de la propia en aquellos primaverales días de la pandemia, que pasé lejos de mi casa.
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