El
año del pensamiento mágico es un libro que comienza a escribirse el 4 de octubre de
2004, nueve meses y cinco días después de la muerte de John. Su publicación
tuvo lugar, justo un año más tarde, sin que su autora pueda referirse a la
muerte de su hija Quintana dado que su fallecimiento ocurre el 26 de agosto de
2005. Se trata por tanto de un libro que tiene una doble línea argumental: por
un lado, la que constituye un minucioso análisis de la muerte repentina de un
cónyuge y la posterior elaboración en forma de duelo del trauma; por otro, la
reflexión que refleja la lucha de una madre por salvar a una hija gravemente
enferma.
Para
entender lo bien que ha funcionado esta obra en Estados Unidos conviene
advertir varias cosas. En primer lugar, que cuando ocurren los dramáticos
hechos sobre los que reflexiona Didion, ella y su marido son dos escritores al
final de la sesentena, habituales en los medios de comunicación, que han
trabajado para la industria del cine escribiendo adaptaciones y guiones y que
ambos tienen en su haber novela y ensayo. Como señala la propia Didion: “He
sido escritora toda mi vida”. Estamos por tanto ante una persona con oficio,
entrenada en dar expresión a unos hechos que la enfrentan a una visión nueva,
inmediata, de lo que es la muerte, la enfermedad, el azar, la buena o mala
fortuna, el matrimonio, los hijos, o la memoria. Didion se plantea en estas
páginas cómo afrontar el dolor, la pérdida de un ser querido o el modo en que
la gente se enfrenta a un final tan inevitable como la muerte.
Joan
Didion ha escrito El año
del pensamiento mágico con una estructura muy cinematográfica.
Ha buscado un guión eficaz y potente. Para conseguirlo va al hueso con una
escritura directa, sin concesiones sentimentales y, eso sí, recurriendo
al flashback para
mantener siempre en vilo al lector. A todo lo anterior se añade la recuperación
de la memoria de los casi cuarenta años no sólo de vida en común, sino también
de colaboración profesional con su esposo John G. Dunne. Joan Didion inserta su
recuerdo -también el de sus padres, familia y amigos- a lo largo de todo su
texto y ello dinamiza y enriquece la lectura. Añádase, por fin, que la autora
no admite un papel pasivo en la tragedia que le toca vivir.
“La vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conoces termina”. Estas palabras de Joan
Didion retratan pálidamente su conmoción y su duelo ante la gravísima e
inesperada enfermedad de su hija y la muerte de su marido. Una conmoción que se
acentúa porque la tragedia se cumple en menos de cinco días en los que la
escritora ve como una vida común de rituales compartidos se destruye en un
instante. Un año necesitó la autora para recoger los pedazos de su vida, y a
descubrir hasta qué punto se había transformado cualquier idea previa,
aparentemente inmutable, que antes tuviese “sobre la muerte, la enfermedad, la
probabilidad y la suerte, sobre el matrimonio, los hijos y la memoria, sobre lo
que la gente hace y no hace para soportar la idea de que la vida termina, sobre
los fallos de la sanidad, sobre la vida misma”.
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