Annie
Ernaux, premio Nobel de Literatura en 2022, es una de las exponentes más
lúcidas del género, que no duda en mostrar sus incertidumbres sobre la
expurgación de la memoria personal. Ernaux sabe que siempre hay que sumarle a
la contabilidad del relato cierto grado de frustración porque, a pesar de que
los recuerdos pertenecen a cada cual, su dilucidación no resulta sencilla. Su
última novela, Memoria de chica, arranca con la incapacidad
de acceder al registro vivo de un suceso traumático sufrido por ella misma hace
58 años y cuya escritura nunca había podido resolver. La mejor receta para los
traumas, dice la sabiduría popular y hasta la terapéutica, es que pase el
tiempo pero esta estrategia también emborrona los detalles, manipula las
motivaciones originales de nuestras viejas decisiones y fosiliza las
resistencias internas. En una admirable entrada al texto, Ernaux reconoce que
ya no puede ponerse en la piel de aquella joven de 18 años porque ha olvidado a
la persona que ella fue, y que eso la angustia porque abre la posibilidad de no
zafarse nunca de ese desagradable incidente y de sus consecuencias. Aquí hay
que decir que no es que no pueda ella culminar este ejercicio: es que nadie
puede. Ninguna persona se convierte nunca en quien ya ha sido: en su vieja
conciencia transitoria, en sus antiguas y descontroladas reacciones a las
determinaciones epocales, en aquella porción de tiempo por quemar.
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