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sábado, 4 de febrero de 2023

AUNQUE TODO SE ACABE de Miguel Pasquau Liaño

 



  Es un personaje complicado pero maravilloso, lleno de aristas, ideal para jugar con el lector al despiste.  Para ello, además de Gabrielle (ahora voy con ella) utilizará otras dos voces narradoras: José de Esponera Alfonso Caldentey. Ya comentaba que conoceremos (o no) a Martín gracias a los demás, que ese, el despiste, será precisamente uno de los pilares de esta novela, junto al análisis y viaje –la novela está repleta de acción– por determinados momentos históricos y políticos, además de por supuesto, el amor. Con letras grandes y luminosas.

El título ya hace presagiar cosas aunque desconozcas por dónde irán los tiros ya que la novela es larga y los bandazos, radicales. Martín puede ser cualquier cosa con los diferentes retratos que de él se hacen. De ahí que dudara mil veces, supongo que le ocurrirá a otros lectores de esta novela. ¡Qué capacidad narrativa la del autor para mantenernos en vilo!

¿Quién es Martín? Alguien que se mete hasta el fondo de los charcos, comprometido contra el régimen franquista incluso desde su paso por las aulas. Pero el París de la posguerra le espera, hervidero subversivo, intelectual y exilio de almas incapaces de muchísimas–, períodos llanos e ideales y tragedias que los unen, atraviesan y empujan a lugares distintos aunque no sean físicos. Madrid y Argentina serán otras ubicaciones unidas a su relación particular y sublime. He leído muchas novelas con historia de amor y les puedo asegurar que la de Martín y Gabrielle está entre las mejores. Tan compleja como cada uno de ellos por separado, pero con un grado de compenetración cercano a la belleza.

Se podría describir de mil maneras su forma de amarse pero hay que leer la novela porque eso es lo que hace el escritor: contarla una y otra vez sin que provoque cansancio. Y eso tan difícil es lo que hace Miguel Pasquau con su impresionante capacidad narrativa. Me he quedado pasmada.

Martín y Gabrielle enamoran como ellos lo hacen entre sí y aquí no hay el clásico azúcar romanticón. Todo lo contrario. Suben montañas y caen en picado, remontan, vuelven a tropezar hasta que... No se puede decir nada más.





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