Siempre pensé que nadie de mi familia había luchado en la Guerra
Civil; hasta que una vez, yendo a ver el Puente de la Culebra con mi padre,
viendo unos restos de unas posiciones nacionales que hay por allí, me dijo que
una vez en los sesenta había estado en esa zona de la Casa de Campo con mi tío
abuelo Pepe, y que emocionado le había enseñado las trincheras donde había
estado un tiempo peleando. Así que no tengo mucho trauma sobre nuestra guerra;
mi familia la pasó tranquila en Galicia y Portugal. Tampoco sé que haya habido
monjas, curas o militares. Somos una familia rara. Así que me atrae la Guerra
Civil por la fascinación de las guerras, como al Gervasio de Madera de héroe se me
pone el pelo como a Limahl al
oír una marcha militar.
Las armas y las letras es el mejor libro sobre la Guerra Civil que he leído, y
también el mejor manual de literatura española. Se me escapó aquella primera
edición de 1994, pero esta la he agarrado bien. Si el Diccionario de las vanguardias en
España es el bombardeo de neutrones primigenio que me hizo girar la cabeza
hacia mil artistas olvidados, el libro de Andrés Trapiello ordena todos esos
neutrones en una narración por entregas, en la que la habilidad del autor es
tal que por muy repulsivos que sean los actos cometidos por falangistas en
Salamanca, artistas en Valencia, exiliados en París o extranjeros en Madrid, lo
primero que haces al acabar cada capítulo es ir a Iberlibro a buscar
los casi siempre desaparecidos libros de los protagonistas. Aunque sigan
editándose hasta la náusea libros-disparo a un lado y otro del campo de batalla
creo que es ahora cuando mejores textos sobre aquella época están apareciendo,
como el espectacular documental y libro El
honor de las injurias, justo del autor de la magnífica portada
de Las armas y las letras, Carlos García-Alix.
Trapiello te arrolla con la multitud de historietas sobre el
comportamiento de los escritores por toda España notándosele, como debe ser,
sus preferencias por Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Machado o Azaña (menuda alineación
elige el listillo) y también sus rechazos, donde Cela, Alberti o Picasso se llevan
unas buenas y merecidas andanadas. Todo ese cariño hace que los capítulos de
sus preferidos sean los más emocionantes, y aunque todo el mundo se sepa de
memoria (memoria cambiante según la persona, por supuesto, que estamos en el
tema favorito de los españoles o, al menos, de los intelectuales) la mítica
bronca entre Unamuno y Millán-Astray en
Salamanca, el texto es irresistible. Al igual que el melancólico y cinematográfico
final de Antonio
Machado y el viaje de dos días en coche desde Burgos
de Manuel para
velar a su hermano y a su madre. Esos capítulos y el último de Azaña deberían ser
libros de texto
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