Rosal Chacel, una de las
pocas mujeres activas de la generación del 27, continúa, a sus venerables 83
años, ejerciendo un magisterio indudable entre los jóvenes escritores. Atrás
quedó una infancia llena de recuerdos, una vida privada celosamente guardada de
la curiosidad y una producción ininterrumpida de una obra hecha con la sutileza
de un encaje, escrita en una lengua parca y esclarecedora. Su primera obra,
Estación de iday vuelta, data de 1930 y le abrió las puertas de Revista de
Occidente. Para entonces ya estaba casada con el pintor Timoteo Pérez Rubio, el
hombre que salvó los fondos del Museo del Prado durante la guerra civil.
Barrio de
Maravillas, es la
historia de dos niñas en esa zona de Madrid a principios de siglo. Se trata de
dos seres inocentes, en el sentido, precisa la autora, de no saber nada en
absoluto de determinadas cosas, de centrarse en su propio ser, de ensimismarse
en la cristalina campana de la infancia, donde todo suena con otro eco y
destella con otra luz.
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