¿Qué
lenguaje es el apropiado para hacer de Google un personaje? Gopegui recurre a
un modelo canónico que es fruto, a su vez, de una reflexión similar en
condiciones históricas muy diferentes: el lenguaje religioso. Por la función
que cumple en la sociedad actual, es más fácil dirigirse a Google como si fuera
una divinidad que haciendo de él una simple institución o un simple objeto. Se
impone la segunda persona, mezclando el registro reverencial con el gesto
desafiante. Y, puesto que la novela no es el monólogo de un perturbado, esa
segunda persona se justifica en el contexto de una solicitud de empleo. Los
autores de la solicitud que Google deberá evaluar son dos: Mateo, que tiene
veintidós años y vive con sus padres, y Olga, una empresaria jubilada de
sesenta y dos. La solicitud está concebida como un texto que pueda pasar los
filtros de Google pero, al mismo tiempo, como un manifiesto que tal vez
provoque alguna reacción en el cerebro corporativo de la bestia. Por supuesto,
saben que quien leerá el texto será un becario o una becaria, y en unas
ocasiones se dirigen a esta figura, en otras directamente a la marca
registrada.
“Alguien pide trabajo. Pedir, solicitar,
rogar, suplicar se mueven en un campo semántico parecido”. Los demandantes de
empleo se convierten así en suplicantes, y adoptan frente al posible empleador
la actitud del creyente pero, a la vez, la del relapso, pues la solicitud, la
súplica, se convierte en seguida en acusación y queja. Acusación y queja que el
empleador desdeñaría fácilmente pero que, al mismo tiempo, podría interesarle
por su condición de gesto inesperado y a la vez desesperado: “Mateo y Olga son
una mota de polvo contra un río, y el río eres tú”, Google, pero por lo mismo
son una mota de polvo incómoda: “Quizá piensas en tentar a Mateo, sobornarle”.
Frente a la presunta omnipotencia de Google, Mateo y Olga oponen resistencia:
“Algunas personas dicen que en el error subsiste una resistencia, una voluntad
de no encajar”. Es inevitable que comparezca aquí la figura de la criatura que
se rebela frente a su creador, el error de programación que desvela la
iniquidad del programador. Todo el tiempo planea sobre la novela la conocida
imagen de Kierkegaard en La enfermedad mortal: “Supongamos que un autor cometiera una errata y que
esta llegara a tener conciencia de que era una errata. Entre paréntesis digamos
que en realidad quizá no fuera una errata, sino algo que mirándolo todo desde
muy alto formaba parte de la narración íntegra. La cosa es que esa errata se
declaraba en rebeldía contra el autor y movida por el odio le prohibía
terminantemente que la corrigiese, diciéndole como en un loco desafío: ¡No, no
quiero que se me tache, aquí estaré siempre como un testigo de cargo contra ti,
como un testigo fehaciente de que eres un autor mediocre!”.
Mi vida es simple y yo la he complicado de tal manera que no hago lo que deseo, o lo que he anhelado siempre para esta edad que vivo. Por eso mis lecturas se van aplazando o se desordenan. Y lo lamento harto. Tu entrada de "Vida y Destino" y esta última son comentarios para levantarse mañana e ir a la librería de mi mall (a 2km) para adquirir dichos libros, si están. Antes tenía varios meses con mi programa de lectura; Ahora me preocupo del programa de turnos de trabajo. Aún no sé qué cambió si todo sigue casi igual. A la porra. Debe ser la edad. En realidad, algo se hace.
ResponderEliminarBuenas noches.