Se dice en El libro de mi madre,
de Albert Cohen que son “los recuerdos, esa terrible vida que no es
vida y que hace daño”, aunque ya sobra decir que la escritura calma el sufrimiento, y nos permite hacer memoria de lo que
un día nos acompañaron.
El libro de mi madre es una “pequeña joya”, en palabras del bibliotecario que me
lo recomendó, y nos propone un sincero recuerdo de la madre del autor, que solo
se da cuenta de cuanto la quiere cuando esta se va. Es un réquiem por la madre, que nos invita en todo momento a
suspirar porque esa
madre simboliza todas las madres del mundo. El amor incondicional, el no dormir
por atender a los hijos, el simple hecho de hacer una comida y preguntar todo el tiempo si
te gusta, el
vender hasta el alma por ayudarnos… en definitiva, todas esas acciones
cotidianas en las que la madre siempre está ahí, aunque aparentemente no
valoremos su presencia.
El libro de mi madre llora a la madre, pero también a
esa infancia y juventud del autor, el cual se busca en los recuerdos, sabiendo que nada
volverá. Le da
vueltas a la pluma y se pregunta continuamente si el ejercicio de la escritura
servirá para algo. Al final saca la conclusión de que estas palabras servirán
para que los que
las leamos comencemos a darnos cuenta de que el amor de la madre es inigualable, ya que ninguno será tan incondicional.
“No
valoraba lo suficiente el que estuviera viva. No deseé lo suficiente sus
estancias en Ginebra. ¿Es posible? Existió, pues, una época maravillosa en la
que no tenía más que mandar un telegrama de diez palabras para que, dos días
más tarde, apareciese en el andén de la estación, con su sonrisa convencional
de tímida, sus maletas siempre deterioradas y un sombrero demasiado estrecho”.
Es esta una de las mejores historias de
amor jamás escritas, porque se reconoce la imposibilidad de recuperar a la
madre y aun así se sigue escribiendo al correr de la pluma. Por eso os la
recomiendo, ya que pensaréis en lo que a menudo no pensáis.
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