Cuando uno se adentra en
la historia de Ana
No, de Agustín Gómez Arcos, se encuentra ante una mujer que
ha emprendido un viaje hacia la muerte, para honrar a sus muertos, para honrar
sus recuerdos. Una mujer que ha perdido el apellido, la familia, todo… Ana no,
que por mucho que intente afirmarse, no puede. No sólo ha sido vencida por la
historia, sino que la tierra, la vida también la ha vencido. ¿Quién es ella sin
sus hombres? ¿Quién es ella sin la vida que ha otorgado al mundo, y que el
mundo le ha arrebatado?
Esta obra, escrita en 1976, nos adentra en la miseria de un país dividido por una guerra civil que manchó la tierra de sangre hermana, una tierra a la que Ana acabará maldiciendo, porque en lugar de dar vida, ha acogido a la muerte, se lo ha arrebatado todo. En ese marco, Agustín Gómez Arcos nos deja ver el mundo, el dolor, la pena y la soledad a través de los ojos de una mujer que no conoce más que su pueblo y que deberá adentrarse en un país desconocido, que le ha dado la espalda porque forma parte de los vencidos, para ir al encuentro del único hijo que le queda vivo, el pequeño. Aunque ella sabe que, en realidad, va al encuentro de la Muerte.
Este es un viaje por el recuerdo de una vida, por los secretos de la memoria, pero, sobre todo, es un viaje de descubrimiento, de aceptación de uno mismo y de la Muerte.
Tiene momentos de cierta ternura, no sólo en el recuerdo, sino en la relación entre Ana no y un ciego que le enseña a escribir. Momentos de cruda realidad, cuando se quieren llevar a una perra vieja, porque es vagabunda y parece tener la tiña. Y Ana piensa que, claro, es lógico para ellos, para los vencedores, porque los pobres, los desvalidos, son los republicanos, los rojos… Y no pueden andar sueltos como si nada. También tiene momentos desgarradores, como el momento en que Ana se abalanza contra la tierra y la rasga con sus manos, diciendo que “al abrirte como una zorra para acoger a mis muertos te convertiste en alcahueta y cómplice de los vencedores, tú, que me debías una vida de esperanza […]. Me has empobrecido. Me has negado. Me has borrado. Tierra de la patria, te acuso de asesinato. Te maldigo.” Para mí, ese es uno de los momentos en que mejor se puede resumir el sentimiento de Ana, abandonada incluso por la tierra que la tendría que haber apoyado, que tendría que haberla sostenido. Una tierra que unos proclamaron suya para dejar sin nada a los otros. Una tierra que los ha negado.
Esta obra, escrita en 1976, nos adentra en la miseria de un país dividido por una guerra civil que manchó la tierra de sangre hermana, una tierra a la que Ana acabará maldiciendo, porque en lugar de dar vida, ha acogido a la muerte, se lo ha arrebatado todo. En ese marco, Agustín Gómez Arcos nos deja ver el mundo, el dolor, la pena y la soledad a través de los ojos de una mujer que no conoce más que su pueblo y que deberá adentrarse en un país desconocido, que le ha dado la espalda porque forma parte de los vencidos, para ir al encuentro del único hijo que le queda vivo, el pequeño. Aunque ella sabe que, en realidad, va al encuentro de la Muerte.
Este es un viaje por el recuerdo de una vida, por los secretos de la memoria, pero, sobre todo, es un viaje de descubrimiento, de aceptación de uno mismo y de la Muerte.
Tiene momentos de cierta ternura, no sólo en el recuerdo, sino en la relación entre Ana no y un ciego que le enseña a escribir. Momentos de cruda realidad, cuando se quieren llevar a una perra vieja, porque es vagabunda y parece tener la tiña. Y Ana piensa que, claro, es lógico para ellos, para los vencedores, porque los pobres, los desvalidos, son los republicanos, los rojos… Y no pueden andar sueltos como si nada. También tiene momentos desgarradores, como el momento en que Ana se abalanza contra la tierra y la rasga con sus manos, diciendo que “al abrirte como una zorra para acoger a mis muertos te convertiste en alcahueta y cómplice de los vencedores, tú, que me debías una vida de esperanza […]. Me has empobrecido. Me has negado. Me has borrado. Tierra de la patria, te acuso de asesinato. Te maldigo.” Para mí, ese es uno de los momentos en que mejor se puede resumir el sentimiento de Ana, abandonada incluso por la tierra que la tendría que haber apoyado, que tendría que haberla sostenido. Una tierra que unos proclamaron suya para dejar sin nada a los otros. Una tierra que los ha negado.