Hay gritos que solo puede escucharlos nuestra propia alma.
Gritos que hacen que se doblegue el paisaje, y que sin embargo son el más
extenso de los silencios para quien nos rodea. Y eso es Enero, la colosal novela de Sara Gallardo, un grito provocado por el
abuso, por el dolor, por la inercia, por la traición y por la rendición. El
baile doliente de un cuerpo que lucha contra el amor, contra la culpa, contra
la sociedad, contra él mismo.
El título lo dice todo (aunque
aquí sea una contradicción, porque el calor desmantela la estabilidad de los
protagonistas) y es que no hay mes tan feroz como lo es enero, tan yermo y sin
embargo con tantas promesas de año nuevo.
Las páginas de esta novela son
tesoros brillantes y filosos, monedas de oro en las manos de un hambriento.
Pero también el pasatiempo que entretiene al diablo. Es, sin duda, un libro que
busca la sangre de quien lee. Un libro que hiere y que alimenta, que explota
con esa violencia arrasadora con que el miedo hace zozobrar las biografías. Es
un cúmulo de belleza que exhala el mismo vaho que exhala quien, habiendo jugado
a la ruleta rusa, al final de lo que cree que será una hazaña tan solo escucha
el clic insulso de la salvación.
En él hay una hibridación libérrima de Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba. Enero, como las célebres obras de Lorca, también habla de los
secretos que carcomen las habitaciones y gangrenan los cimientos de las casas.
De la locura heredada que se atribuye de manera aleatoria y que deja marcas
invisibles sobre el futuro de la elegida (Alcira y Nefer, la Adela y Angustias
gauchas). De la violencia estática como un objeto más de la casa. De la
opresión de la religión por parte de los amos que con los años acabará
inhabilitando el agnosticismo de los siervos. De la obligación de ser infeliz
pegada a la biografía, como si fuese un hechizo que acabará maldiciendo a quien
lo hizo. De temerle a la vida mucho más que a la muerte. De la genética de un
monstruo habitando dentro de un útero.
Enero posee
una escalofriante sinceridad y un sinfín de palabras que demuestran lo que el
mundo es para la mujer. Desde la primera página demuestra que para nosotras el
peso de la religión no es tan distinto al de la ciencia:
«Tal vez al decir las cosas el
médico sirva para que el pecado salga de dentro».
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