El vértigo de asomarse a
una novela es tanto más inconmensurable cuando más nos involucramos los
lectores en la obra, ya sea con el protagonista o con la historia que nos
cuenta el escritor. Es por ello que aunque algunas novelas pasan ante nuestra
vida como repentinas tormentas de verano, otras nos dejan un poso indeleble,
una marca en nuestra piel, la cual nos puede durar toda nuestra existencia. José Ovejero, con “La invención del
amor”, nos ofrece la oportunidad de conocernos algo más a través de las inquietudes,
aventuras y deseos de un personaje tan normal como cualquiera de nosotros en el
Madrid de hoy en día.
Samuel
es copropietario de un almacén de material de construcción que no atraviesa
buenos momentos. Una madrugada, después de una fiesta que acaba al amanecer,
recibe una llamada desconocida a través del teléfono fijo, el cual no suele
utilizar, y en la que un anónimo le comunica que Clara, una especial amiga de
él, acaba de morir en un accidente de carretera. Y le comunica que podrá
visitarla en el tanatorio de la capital, en donde está el cuerpo de ella.
Samuel se sorprende de la llamada ya que nunca ha conocido a ninguna Clara,
pero a pesar de ello decide acudir al tanatorio. Allí, después de un
desgraciado accidente, conoce a Clara a través de una foto que reposa sobre el
ataúd. Y cae enamorado de la difunta.
José
Ovejero ha construido una muy original novela con los mimbres con
los que se tejen las obras clásicas de la literatura. Y del cine. Porque “La invención del amor” no
solamente atrapa en su lectura sino que nos permite casi tocar, ver y oler a
los personajes de ella. Y lo más importante, nos tiende una mano para que, al
igual que Samuel, nos quedemos absolutamente prendados ante la figura de Clara,
ese bello cadáver presente en toda la obra pero que, desgraciadamente, el
protagonista no pudo conocer en vida. Y es que a las pocas páginas del texto
planea sobre nosotros una historia de las que se quedan pegadas a nuestra piel
y grabadas en la memoria.
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