Una novela redonda sobre la huida del dolor como forma de
supervivencia y la rebelión ante los roles de género contemporáneos.
Es el verano de 2014. Una mujer joven que acaba de ser
abandonada por su pareja huye de Barcelona a Madrid con un secreto y la
convicción de que el apocalipsis se acerca. Cuatro siglos antes, otra mujer,
Deborah Moody –quien pasó a la historia como «la mujer más peligrosa del
mundo»–, se ve obligada a emigrar a las colonias de América del Norte cargando
a su vez con otro secreto, muy distinto. ¿Qué tienen en común estas dos
mujeres? ¿Por qué han decidido alejarse de aquello que conocen y empezar de
nuevo?
Sus voces desgranan dos historias cruzadas sobre violencia e
hipocresía, brujas y curanderas. Sobre Salem como posibilidad de un mundo nuevo
en el que algo pueda fructificar, lejos de quien juzga y condena. Sobre
Barcelona como un espacio hackeado, desalmado y roto por la gentrificación, al
borde del colapso, en el que el enamoramiento es una enfermedad y nada puede
salvarse. ¿O sí?
Con una prosa deudora de Bret Easton Ellis y Mercè Rodoreda, no
exenta de ironía, sarcasmo y misterio, Lucía Lijtmaer ha escrito una novela
redonda sobre la huida del dolor como forma de supervivencia y la rebelión ante
los roles de género contemporáneos. Asimismo, retrata la ciudad como un
personaje más, orgulloso y abandonado, que mira a sus habitantes por encima del
hombro y parece decir: sigo aquí, pese a todo, húndete conmigo. Frente a la
autodestrucción, la autora propone una solución radical: quemarlo todo. Solo
así todo cauterizará.
«Dos mujeres, dos sociedades separadas por siglos y dos
sensibilidades que se identifican. Relato de un instante que, larvado,
atraviesa épocas y espacios en los que política y religión ejecutan el mismo
infame chantaje sobre la debilidad de los cuerpos. Lucía Lijtmaer construye una
historia no solo conmovedora e imaginativa sino insustituible: anatomiza una
selva de sentimientos y poderes atemporales» (Agustín Fernández Mallo).
«Érase una vez una mujer que se enamoró y desapareció. Érase una
vez el amor como venenosa arma de autodestrucción masiva. Érase una vez una
nueva y poderosa voz, la de Lucía Lijtmaer, capaz de desdoblarse, huir y
afilarse como lo hacía en los noventa la voz de un Bret Easton Ellis que había
leído más de la cuenta a Joan Didion, y que aquí parece poseída por la fiereza
desalmada de una Ottessa Moshfegh decidida a reescribir La mujer comestible de
Margaret Atwood en una versión dolorosamente paranoica y post casi cualquier
cosa. Un punzante y retorcido festín» (Laura Fernández).
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