La que muchos han calificado como la mejor novela de Natalia
Ginzburg, nos devuelve página a página los gestos de su gente y los años del
siglo XX que cambiaron para siempre el destino de Europa: en la mirada de Anna,
la protagonista de esta historia, está nuestro pasado.A veces basta la mirada
ingenua de una chiquilla para arrancar una historia que cambiará la vida de dos
familias y del mundo entero. Anna, un bicho triste y perezoso en palabras de la
propia Ginzburg, es esa niña apocada que vive en un pueblo del norte de Italia
en los años previos a la segunda guerra mundial y se enamora de los juguetes de
su vecino; es también la joven que casi sin protestar se somete a la violencia
del sexo, y es la mujer que sigue a Cenzo Rena, un hombre treinta años mayor
que ella, a un lugar inhóspito del Sur tras convertirse en su esposa.Anna
calla, mientras todos a su alrededor hablan y gesticulan: hay quien pasa las
noches tramando atentados contra Mussolini, otros que se pasean en coches
descapotables o se fugan de repente, y algunas que sufren mal de amores
mientras cosen el ajuar. Al principio los dramas íntimos dominan la escena y lo
que ocurre más allá de las cuatro paredes es algo lejano, pero la guerra no
perdona. Con las bombas llegan las decisiones importantes y los actos extremos:
el escenario se abre, respira dolor, pide dignidad, y el miedo es moneda común.
Cuando finalmente todo acaba, los pocos que sobreviven tendrán que vérselas con
un vacío lleno de preguntas sin respuesta. Anna, viuda ya, mira ahora con los
ojos bien abiertos, como testigo firme de una generación que no pudo elegir
porque la Historia con mayúscula decidió por todos.Reseñas:
«Los recuerdos y las realidades de Natalia
Ginzburg nos hablan de la autora, pero sobre todo nos hablan de nosotros. Lo
personal en ella es universal. Leer a Natalia Ginzburg te cambia la vida.»
Elena Medel«Podemos hablar de Todos nuestros
ayeres como la versión novelada de Léxico familiar. El placer de Natalia es
contar historias familiares que son, o podrían ser, las nuestras.»
Italo Calvino