PARA EL
QUE EL MAL TRIUNFE SOLO ES NECESARIO QUE LOS BUENOS NO HAGAN NADA.
Roberto
Santiago reinventa la novela negra con una trama absorbente que desafía el
poder de los amos del mundo.
La
rebelión de los buenos, Premio de Novela Fernando
Lara 2023
Fátima Montero, propietaria de uno de los imperios farmacéuticos
más poderosos del mundo, contrata al irreverente abogado Jeremías Abi para que
se encargue de su multimillonario divorcio. Herida en su orgullo después de
saber que su marido y socio tiene una relación amorosa con una menor, solo
desea destruirle, pero algo muy turbio se esconde bajo ese encargo.
Abi, que también ha sido engañado por su exmujer y vive entre
amenazas, descubre terribles ilegalidades en los métodos de la farmacéutica:
ensayos con cobayas humanas, extorsiones, chantajes y estafas.
Él y su bufete rozan la quiebra, pero su afán de justicia
sobrepasa cualquier límite: se disponen a enfrentarse a una multinacional con
largos tentáculos, aunque eso exija mirar directamente a los ojos del mal.
Comencemos
por el principio, que no es otro que deciros que La rebelión de los buenos es un thriller
legal que me recuerda a los de John Grisham,
con un abogado luchando contra una gran y poderosa industria, en este caso la
farmacéutica. Aunque hay una gran diferencia, pues los protagonistas de esas
novelas eran jóvenes e idealistas abogados prácticamente en el comienzo de sus
carreras.
No
es ese el caso de Jeremías Abi que además de joven ya no tiene mucho, pues
supera los cuarenta años, ni de su compañera Trinidad, conocida por todos en el
despacho como la “sucesora”. Dos personajes con claroscuros, y si me apuráis,
con más oscuros que claros.
Una novela que además de
golpear a la industria farmacéutica (también es cierto que hay un par de
páginas en la que nos habla de algunos hechos muy loables de la misma, a lo que
yo añadiría que gracias a su investigación la vida y la esperanza de vida del
ser humano no es la misma hoy día y no hablo solo de los antibióticos), no deja
tampoco en demasiado buen lugar a los abogados, ni siquiera a los “buenos”.