La
novela sobre los 98 días más felices y desconocidos de la vida de Federico
García Lorca en la Cuba dorada de 1930.
Federico
García Lorca desembarcó en Cuba procedente de Nueva York en marzo de 1930,
invitado por una semana. Pero discurrieron más de tres meses hasta que el poeta
andaluz decidió volver a España, embriagado de música y belleza caribeñas,
soneros y santeros, terrazas y palmeras, ron blanco, sensualidad negra y noches
de Malecón.
¿Qué
hizo el poeta en «los días más felices de mi vida», como definió sus días
cubanos? ¿Cómo Cuba tiñó la obra, la persona y el destino de Federico? «Si yo
me pierdo —advirtió por carta a sus padres— que me busquen en Cuba.» Y se
perdió. ¿Para encontrarse? Esta novela lo cuenta.
Si yo me pierdo es una
novela que, aunque trata sobre Federico García Lorca y novela su viaje a Cuba,
comienza durante la pandemia del Covid-19, con el autor aislado en un hotel,
esperando la ocasión de salir y ponerse a seguir las huellas del autor de tan
inmortales poemas y obras teatrales. Y aunque este puente que tiende Víctor
Amela entre pasado y presente, el afán de protagonismo del autor eclipsa en la novela
lo que debería ser la trama principal: la visita de Lorca a La Habana. Se nos
narra un viaje en busca de las pistas que Lorca dejó tras de sí, anticipando de
esta manera muchas de las situaciones que, más adelante, se narrarán en forma
de ficción. Utiliza, además, el presente como tiempo narrativo, lo que resta
elegancia a la narración. Dos decisiones estas que me han costado una extraña
relación con el libro. Como amante de Lorca tras haber vivido en la misma
Residencia de Estudiantes en que conoció durante una década a Buñuel y Dalí,
leer sobre Lorca es algo que me obsesiona y fascina. Si yo me pierdo recoge
una obra muy personal del autor, un puente, como he dicho antes, entre pasado y
presente, lo que ayuda a dar una visión del poeta viva, y no como un simple
hito que estudiar. Comprendo esto y entiendo que es totalmente intencionado por
parte del autor (a estas alturas no voy a caer en la falacia de que cuando algo
es intención del autor, automáticamente resulta acertado, pues los autores
tienen la virtud de tomar decisiones que no agraden a sus lectores), pero a mí
me falla.
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