Verso suelto, es, en este sentido, un nuevo y asombroso
reto al que será difícil resistirse. En segundo lugar, porque trabaja con
firmeza las tres fortalezas que sostienen sus novelas. Una historia fundada en
un argumento minuciosamente elaborado, que sirve para contar otras muchas.
La sostiene en un colectivo de individualidades que constituyen
el universo que alienta los conflictos de la trama. Y conduce el ritmo y los
vaivenes del planteamiento temporal con tal acierto que, a base de juegos que insinúan lo que sucederá y
lanzan guiños sobre lo ya vivido, impulsa a no desatender nada de cuanto tiene
lugar en ese ecosistema narrativo.
Y una tercera razón atañe a la cuidada arquitectura del
entramado novelesco, donde lo
complejo se ofrece con sencillez, donde situaciones
aparentemente desvinculadas alcanzan un punto de reunión y sentido en lo que
acaba por resultar una composición troquelada y perfectamente aderezada para
trasladarnos el tejido social, urbano y humano de lo que en ella se trata.
Verso suelto es la ocasión que permite evidenciar las
tres razones. Para empezar, las referencias espaciales y temporales añaden
significado a la intención de lo narrado. Lo que aquí cuenta abarca muchas vidas entre los años 1992 y 2019,
y reparte la acción en varios espacios que dialogan entre ellos: la complejidad
urbana y las brechas sociales de la gran ciudad; la parte alta de Barcelona es
el escenario donde tiene lugar el incidente inicial que hará cambiar la vida de
la familia de Sandra
Martos de un día para otro, la pieza suelta que asaltará
ocasionalmente la acción hasta hacer encajar finalmente el conjunto.
Hospitalet
es el barrio, “otra arquitectura, otro pulso y otra jerga”, la vida de la que
la protagonista querría mudarse. Y un tercer escenario, como punto de fuga,
Valdecádiar, la aldea aragonesa imaginaria reiterada en las novelas del autor.
Para
continuar, el argumento narra la peripecia emocional de Sandra desde el verano
de sus catorce años, un
verano que lo cambiará todo en su vida. Peripecia que abarca
cuatro tiempos correspondientes a cuatro momentos vitales (adolescencia, vida
universitaria, bandazos emocionales y precariedad laboral, la temida vida
adulta), que alcanza a la familia, a los amigos, al descubrimiento de la
inclinación sexual y las relaciones más personales.
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