La información que tenemos
de Amanda Solano la recibimos a través de tres mujeres que conocieron muy de
cerca a la escritora. Esas tres voces, distintas en su concepción del mundo y
por su extracción social, las arma Ramírez para que sacien la curiosidad de un
interlocutor que bien pudiera ser el mismo Sergio Ramírez. Tenemos por tanto
una repetición de la fórmula que ya había empleado en Margarita, está linda la mar. La
ya harto utilizada simbiosis entre realidad y ficción. Por tanto tenemos una
especie de palimpsesto narrativo. Accedemos a la tortuosa existencia de Amanda
Solano. A sus discrepancias con el sistema moral de la Costa Rica de la primera
mitad del XX. A sus fracasos sentimentales y a su consagración a la escritura
novelística y ensayística, a su admiración por Marcel Proust y los modernistas
anglosajones. Y de esta manera accedemos a su vez a la realidad vital e
intelectual de la verdadera Yolanda Oreamuno. La segunda lectura tiene que ver
con la realidad política y social de Costa Rica, de la que se nos da abundante
información, tal vez excesiva teniendo en cuenta que quien nos interesa es la
escritora. La fugitiva se
queda a medio camino entre la biografía y la novela. Esa buscada
indeterminación comienza a ponerse de moda en muchos novelistas. Y tengo la
impresión de que a la postre ello no beneficia ni a la biografía ni a la
novela. Y, sobre todo, al lector. Ya no sabemos qué es verdad ni qué es
invención. Yo me quedé con ganas de leer la biografía de la autora de La ruta de su evasión, antes
que la novela de Amanda Solano.
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