En La hija de Joyce, Annabel Abbs recrea esta
voz siguiendo fielmente los episodios que marcaron la ruptura de su
trayectoria, esta vez narrada en presente y en primera persona. Abbs estructura
la novela alternando la narración en presente de los años felices de formación
de esta bailarina y artista plástica, con la narración retrospectiva en forma
de diálogo ficticio con el doctor Carl Jung.
La novela nos sitúa en
el universo de las vanguardias artísticas de los años de entreguerras en París
con el trasfondo de la historia de la escritura de la obra más compleja de
Joyce, Finnegans Wake. Abbs
destaca la relación amorosa de Lucia con Samuel Beckett e incluye a otros de
sus amantes célebres, como su profesor de dibujo Alexander Calder,
romances en los que ella resultó finalmente rechazada y que precipitaron su
primera crisis. Zelda Fitzgerald, que aparece como compañera en el estudio de
danza clásica de la estricta Madame Egorova, precedió a Lucia Joyce en su
destino trágico, siendo tratada posteriormente por los mismos médicos. Loeb
Shloss pone de manifiesto cómo el caso de Joyce es paradigmático de una
generación de mujeres con talento alrededor de los años veinte, arrinconadas en
los márgenes de la historia, diversas de ellas encerradas debido a diagnósticos
psiquiátricos sospechosamente parecidos: la escultora Camille Claudel,
amante de Auguste Rodin, fue la primera de ellas, pero por ahí pasaron 10 años
después Zelda, esposa de Fitzgerald, o su cuñada Helen Fleishman: siete mujeres
del entorno de Joyce fueron institucionalizadas entre mediados y finales de los
treinta. El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial tuvo consecuencias por lo
que respecta a las libertades de la mujer, así como las circunstancias particulares,
familiares y relacionadas con el género.
Estilísticamente
la novela puede leerse intercambiando los nombres por otros con menos lustre
sin que el resultado varíe en gran medida: el Samuel (Beckett) de la novela es
un joven admirador del padre que mantiene un idilio con una Lucia (Joyce) que
se expresa con los tópicos de la novela sentimental —ejercicio literario
arriesgado: tres páginas se dedican a la descripción del encuentro sexual de
ambos—, el padre aparece como un gran escritor del que no atisbamos las chispas
del proceso de concepción de Finnegans
Wake. Abbs retrata el interés del padre por su hija en calidad
de musa, una relación simbiótica que pareció encadenar la vida de Lucia a la
del escritor irlandés, así como la mala relación con su madre y la predilección
de esta por su hermano Giorgio. Annabel Abbs reescribe la voz borrada de La hija de Joyce y
resuelve de manera solvente la narración de los años críticos de su trayectoria
vital, sin embargo, tal como indica el título del libro, la voz que nos habla
carece de nombre propio
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