Este es un ensayo directo
y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los
ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf, una propuesta de acción concreta
y entusiasta para avanzar desde el actual deterioro económico, político y
social hacia la realidad que queremos construir. Partiendo tanto de documentos
periodísticos como de la tradición literaria, Antonio Muñoz Molina escribe
esgrimiendo razón y respeto, sin eludir verdades por amargas que estas sean,
porque saber es el único camino para cambiar las cosas.
Testigo de una época en la que aún no estaban a nuestro alcance derechos que ahora peligran, nos recuerda que nada es para siempre, que cualquier derecho puede desaparecer. Este ensayo nos convoca: «hace falta una serena rebelión cívica» y nos apremia: «hay cosas inaplazables».
Todo lo que era sólido es un espejo en el que todos debemos mirarnos, no importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; una llamada para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito de actuación, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente, a nuestros gobernantes.
Testigo de una época en la que aún no estaban a nuestro alcance derechos que ahora peligran, nos recuerda que nada es para siempre, que cualquier derecho puede desaparecer. Este ensayo nos convoca: «hace falta una serena rebelión cívica» y nos apremia: «hay cosas inaplazables».
Todo lo que era sólido es un espejo en el que todos debemos mirarnos, no importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; una llamada para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito de actuación, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente, a nuestros gobernantes.
Todo lo que era
sólido es una visita
atónita al país roto que es ahora España; después de años en que parecía que,
en efecto, todo era sólido y este país vivía en la más placentera de las
planicies, resulta que estamos pagando ahora una alegría que en realidad era un
despilfarro. Ahora, como decían las madres de la posguerra cuando nos reíamos
en casa, estamos pagando tanto alboroto. La corrupción urbanística, la
corrupción política, y hasta la corrupción de las costumbres, fueron la
porquería que saltó de pronto a las superficies de las charcas, y ahora las
charcas albergan sobre todo porquería. Dice Muñoz Molina, en una de las frases
más tremendas de este libro de su (y de nuestro) desasosiego: “Bajo el colorido
de fiesta pop de los primeros 80 hay un escándalo ahora olvidado de charcos de
sangre”.
El libro de
Muñoz Molina es una denuncia de 253 páginas que se leen de un tirón, porque el
ritmo de Antonio es de una enorme carga poética y musical; pero esas 253
páginas constituyen una purga del corazón español; se leen con contrición y
respeto, como si el novelista de El
jinete polaco hubiera llevado al borde del camino un espejo
nítido en el que se reflejan todos los comportamientos que ya hemos conocido y
nos los presenta juntos y no sólo uno a uno. Como si un tumulto de fracasos
sociales, políticos, culturales, estatales y autonómicos, saliera en tromba de
ese volumen que es blanco por fuera y especialmente gris por dentro.
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