La farándula es, como dice
la vieja Ana Urrutia, la espesa, “la síntesis de faralaes y tarántula”. El
teatro (nos recuerda la autora en otro momento), ya deshechas las compañías de
repertorio, sustituidos los salarios fijos por las comisiones de taquilla y el
escalafón profesional por la arbitrariedad, es un reñidero de gatos y un
semillero de odios. A un ritmo trepidante y nervioso, mediante
flases-capítulos, Marta Sanz ha compuesto un certero friso de pobladores de ese
mundo que agoniza pero todavía sobrevive. Unos son los actores que se han
aventurado en la adaptación de Eva
al desnudo: la ya veterana Valeria Falcón, que atisba el final
de su carrera; la jovencísima e insustancial Natalia de Miguel (que lo mismo
participa en un reality
show que en una obra de prestigio) y su valedor (y luego
marido), Lorenzo Lucas, escarmentado, pragmático y un punto cínico. Al otro
lado de las candilejas, otros actores completan el reparto: la pareja compuesta
por Mariana y Adolfo, que lo han hecho todo, que fueron actores reivindicativos
y hoy intentan mirar los toros desde la barrera; Ana Urrutia, la actriz
veteranísima a la que un ictus cerebral ha dejado en manos de todos; el
matrimonio que forman la exquisita bróker Charlotte Saint-Clair y el actor de
éxito mundial Daniel Valls, que, en el fondo, sabe muy bien que “es un débil
mental”, como repite a menudo. Puede que esta última representación de quien
alcanza la excelencia como actor, pero cuya naturaleza es simple y hasta brutal
—tan fiel al pensamiento de Diderot acerca de los cómicos—, no sea el acierto
mayor de este libro, aunque los lectores puedan reconocer allí —y seguramente
les gustará— una visión muy satírica de quienes, sin más méritos que su vanidad
y una idea elemental y aproximativa del mundo, se han convertido en iconos de
la protesta contra todo.
La lectura es un acto de soledad, una forma de vivir con uno mismo, de conocerse y de relacionarse con las otras personas y con el mundo.
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domingo, 30 de septiembre de 2018
domingo, 23 de septiembre de 2018
LA MUERTE FELIZ de Albert Camus
Sin duda
en esta obra Camus propone sus grandes temas; esos que irá desarrollando cada
vez con más dedicación a lo largo de toda su carrera literaria: la soledad, el
amor, la libertad, el dolor, la maldad. Y, como hicieron otros autores de
innegable habilidad como Kafka, Dostoyevski o Sartre, Camus reflexionó en torno
a esos temas importantes a través de la ficción.
La novela
es algo corta y está dividida en dos partes.
domingo, 16 de septiembre de 2018
EL HOMBRE BICOLOR de Javier Tomeo
El hombre bicolor narra la extraña aventura
de Hermógenes W., quien una mañana de finales del siglo XIX aterriza en una
pequeña ciudad para reclamar el pago de los impuestos correspondientes. De su
éxito depende el que deje de ser un oficial de segunda para convertirse en todo
un Inspector del cuerpo de recaudadores. Sin embargo, lo que encuentra a su
llegada es una ciudad extrañamente vacía, como si todos su habitantes acabaran
de abandonarla a marchas forzadas ante la amenaza de una plaga. A partir de
aquí, todo lo que puede hacer es mantener la calma mientras espera que sus
víctimas recuperen la normalidad de sus vidas. Se instala en un hotel frente a
la plaza principal, alrededor de la cual dos perros de raza desconocida
atestiguan su fantasmagórica presencia mediante ladridos trasnochados y donde
las hojas de los árboles no responden con su movimiento a la dirección del
viento. Desde lo alto de una colina situada fuera de los límites marcados por
esa muralla medieval que cubre la ciudad, le contempla silencioso un castillo
vampírico. Todo lo que rodea a Hermógenes inspira una creciente desolación y
una amenaza latente: que se pervierta el orden del universo hasta
convertir la soledad en algo inevitable… y la identidad en algo improbable.
Esta novela de apenas ciento diez páginas tiene la inusitada
virtud trasladarnos a un mundo bastante parecido al nuestro. En él
conviven el ciudadano satisfecho de su convencionalidad, el protestatario con
ánimo de revertir la proporción de poderes –el subconsciente de Hermógenes–, y
el político dispuesto a adulterar la baraja para repartir las mejores cartas
allí donde los beneficios parecen más evidentes –una presencia fantasmal que se
intuye a lo largo de toda la novela. Queda claro desde un principio que el
protagonista no sabe a cuál de sus identidades aferrarse, y que quienes
fomentan esa discordancia se contentan con esperar la carroñera recolección de
los restos.
El
hombre bicolor remite a dos de los pensadores literarios más relevantes
del siglo XX. Su Boromburg nos recuerda a la Comala de Juan Rulfo, con esa misma parentela venida del
Tártaro para recuperar algo de su vida extinguida, y su personaje de Hermógenes
parece una mezcla perfecta entre el Josef K. de El proceso y
el Gregorio Samsa de La metamorfosis. Su trama es dinámica y
envolvente, y su trasfondo remite a una situación sociopolítica que poco tiene
que ver con la ficción. Boromburg podría ser cualquier ciudad de Occidente,
Hermógenes W. la extensión psíquica de un ciudadano confundido por
tanta mentira, y esa presencia fantasmal la representación literaria de un
vampiro político dispuesto a chupar la sangre de sus votantes. Juan Benet
acusaba a Tomeo de hacer «croquetas literarias», libros de idénticos sabor. Sin
embargo, se me ocurre que tal vez esa fijación con lo absurdo, lo raro
y lo monstruoso venía impulsada por el poco caso que se le hacía desde las
altas esferas editoriales y académicas.
sábado, 8 de septiembre de 2018
TODO ESTÁ PERDONADO de Rafael Reig
La narración comienza con la
misteriosa muerte, en el mismo día de su boda, de Laura Gamazo, hija de un
prohombre de los negocios, el cual encarga la investigación del suceso a varios
detectives. Este motivo de la historia quedará pronto relegado
para dar paso a otros, pero el aroma del género negro -claro que con toques
paródicos- reaparece de vez en cuando, como en la larga escena entre el
detective Clot -que ya figuraba entre los personajes de Sangre a borbotones (2002)-
frente a Lou Seltz y sus matones (pp. 318-322), que parece un homenaje a
Raymond Chandler y que más tarde conducirá a un grotesco encuentro amoroso
entre los antagonistas. El asunto de la muerte de Laura es tan sólo el pretexto
para reconstruir la historia familiar de los Gamazo desde antes de la guerra
civil hasta lo que el narrador llama “la Inmaculada Transición”. Uno de los
narradores, habría que precisar, porque el relato cambia de puntos de vista
para ofrecer ángulos diferentes de esa compleja realidad que es la evolución de
la sociedad española encerrada en la gran urbe de Madrid y contemplada con una
mirada fluvial, ya ensayada también en Sangre
a borbotones: “Se halla dividida por una espina dorsal, el Canal
Castellana, ese oscuro río que fue un bulevar ruidoso: bajo el agua aún se
agitan, como esqueletos de manos cubiertas de liquen, mordidas por los peces,
las ramas de las acacias, de los plátanos y de algún que otro castaño que ya
estará colonizado por corales y espinas” (p. 21). En esta sostenida metáfora, el canal
tiene su “rive droite”, que es “asiento de la burguesía y el dinero [...] casi
siempre obtenido por medios delictivos”, y la “rive gauche”, que es “un amasijo
grasiento de populacho y clase media, salpicado de intermitencias de bohemia
artística”. Y cuenta con lugares significativos, como el
malecón del Prado, Puerto Atocha o la isla de Cibeles.
La historia de los envases de hostias consagradas es un buen hallazgo de grand guignol, pero queda un tanto desaprovechada en medio de escenas que no siempre parecen estar ordenadas adecuadamente en la misma dirección. Se atiende a varios frentes, pero de modo desigual. Este aspecto constructivo, con sus continuos saltos de eje, está algunos codos por debajo de la calidad de la prosa, impecable, en general, aunque con alguna caída en la trivialidad (“el día a día”, p. 46), algún anacronismo (“ya te vale” [p. 172] no es giro existente en los años 40), algún craso error (el pacto de Cánovas no puede “hacer aguas” [p. 79], así, en plural) y algún pecado mortal (“no se dignaba a mantener contactos”, p. 217) que requiere urgente confesión.
La historia de los envases de hostias consagradas es un buen hallazgo de grand guignol, pero queda un tanto desaprovechada en medio de escenas que no siempre parecen estar ordenadas adecuadamente en la misma dirección. Se atiende a varios frentes, pero de modo desigual. Este aspecto constructivo, con sus continuos saltos de eje, está algunos codos por debajo de la calidad de la prosa, impecable, en general, aunque con alguna caída en la trivialidad (“el día a día”, p. 46), algún anacronismo (“ya te vale” [p. 172] no es giro existente en los años 40), algún craso error (el pacto de Cánovas no puede “hacer aguas” [p. 79], así, en plural) y algún pecado mortal (“no se dignaba a mantener contactos”, p. 217) que requiere urgente confesión.
sábado, 1 de septiembre de 2018
KARNAVAL de Juan Francisco Ferré
Karnaval es un
cóctel de alto contenido tóxico, una explosiva mezcla de sabores no apto para
todos los paladares, aunque quizás sería más justo decir que está al alcance de
cualquiera, pero siempre que lo deguste con paciencia, sin prisas, con espíritu
de gourmet, demorándose en cada uno de sus múltiples
registros.
Ferré
utiliza, recreándolos, a numerosos personajes reales, y nunca cita por su
nombre a Strauss-Khan, sino como DK o el dios K. Se maneja como pez en el agua
en la invención de textos apócrifos, como en los que aparecen citados en un
supuesto documental canadiense sobre el caso en el que se recogen
declaraciones, pasadas por un tamiz de parodia, de intelectuales de distinto
pelaje, como Slavoj Zizej, Judith Butler, Camille Paglia, Philip Roth, Noam
Chomsky, Michel Houellebecq o Harold Bloom. Incluso Lady Gaga, tan intelectualcomo los otros, al menos en Karnaval, y a quien lo sucedido a DK le recuerda
algo que leyó en un libro sobre Einstein: “Cuando las proposiciones matemáticas
se refieren a la realidad no son ciertas. ¿O era al revés?”.
En su hora más aciaga, DK
escribe a diversos líderes mundiales. A Sarkozy le explica que le cazaron como
a “una alimaña en una granja de gallinas” cuando, desde el FMI, quería “evitar
la catástrofe” y convencer a los líderes europeos de que cambiasen una política
que “cercaba a Grecia como los griegos antiguos cercaron a Troya”. Él tenía que
ser sacrificado “para que el asedio al pueblo griego se pudiese realizar con
impunidad (…) en nombre de una entelequia financiera”.
Ferré, que utiliza el
caso de Strauss-Kahn para desarrollar su propio discurso, relata como el dios K
considera que “el afán de posesión, ligado a la esclavitud y la explotación del
trabajo, es el verdadero causante de la desgracia universal”. Escenifica en
España el triunfo final de la revolución, la sublevación “contra la ignominia y
la injusticia” y se exalta por cómo su discurso incendiario hace que le veneren
“como a un líder, como a un dios político, como un magnetizador”. Ante las
masas exaltadas, declara proscrita la propiedad privada y “abolidas las
instituciones burguesas”. Luego, la multitud toma el palacio real, “el monarca
borbónico y su familia” huyen a un paraíso fiscal del Caribe y él exige el cese
inmediato del Gobierno. Casi nada.
Pero la apoteosis está aún
por llegar, centenares de páginas más adelante. Se producirá en la neoyorquina
Times Square, trasunto del centro del universo, donde el dios K concierta una
cita con la muerte para “calmar el alboroto y el frenesí de los mercados”
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