Seguidores

sábado, 1 de septiembre de 2018

KARNAVAL de Juan Francisco Ferré






Karnaval es un cóctel de alto contenido tóxico, una explosiva mezcla de sabores no apto para todos los paladares, aunque quizás sería más justo decir que está al alcance de cualquiera, pero siempre que lo deguste con paciencia, sin prisas, con espíritu de gourmet, demorándose en cada uno de sus múltiples registros.
Ferré utiliza, recreándolos, a numerosos personajes reales, y nunca cita por su nombre a Strauss-Khan, sino como DK o el dios K. Se maneja como pez en el agua en la invención de textos apócrifos, como en los que aparecen citados en un supuesto documental canadiense sobre el caso en el que se recogen declaraciones, pasadas por un tamiz de parodia, de intelectuales de distinto pelaje, como Slavoj Zizej, Judith Butler, Camille Paglia, Philip Roth, Noam Chomsky, Michel Houellebecq o Harold Bloom. Incluso Lady Gaga, tan intelectualcomo los otros, al menos en Karnaval, y a quien lo sucedido a DK le recuerda algo que leyó en un libro sobre Einstein: “Cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad no son ciertas. ¿O era al revés?”.
En su hora más aciaga, DK escribe a diversos líderes mundiales. A Sarkozy le explica que le cazaron como a “una alimaña en una granja de gallinas” cuando, desde el FMI, quería “evitar la catástrofe” y convencer a los líderes europeos de que cambiasen una política que “cercaba a Grecia como los griegos antiguos cercaron a Troya”. Él tenía que ser sacrificado “para que el asedio al pueblo griego se pudiese realizar con impunidad (…) en nombre de una entelequia financiera”.
 Ferré, que utiliza el caso de Strauss-Kahn para desarrollar su propio discurso, relata como el dios K considera que “el afán de posesión, ligado a la esclavitud y la explotación del trabajo, es el verdadero causante de la desgracia universal”. Escenifica en España el triunfo final de la revolución, la sublevación “contra la ignominia y la injusticia” y se exalta por cómo su discurso incendiario hace que le veneren “como a un líder, como a un dios político, como un magnetizador”. Ante las masas exaltadas, declara proscrita la propiedad privada y “abolidas las instituciones burguesas”. Luego, la multitud toma el palacio real, “el monarca borbónico y su familia” huyen a un paraíso fiscal del Caribe y él exige el cese inmediato del Gobierno. Casi nada.
Pero la apoteosis está aún por llegar, centenares de páginas más adelante. Se producirá en la neoyorquina Times Square, trasunto del centro del universo, donde el dios K concierta una cita con la muerte para “calmar el alboroto y el frenesí de los mercados”

No hay comentarios:

Publicar un comentario