Karnaval es un
cóctel de alto contenido tóxico, una explosiva mezcla de sabores no apto para
todos los paladares, aunque quizás sería más justo decir que está al alcance de
cualquiera, pero siempre que lo deguste con paciencia, sin prisas, con espíritu
de gourmet, demorándose en cada uno de sus múltiples
registros.
Ferré
utiliza, recreándolos, a numerosos personajes reales, y nunca cita por su
nombre a Strauss-Khan, sino como DK o el dios K. Se maneja como pez en el agua
en la invención de textos apócrifos, como en los que aparecen citados en un
supuesto documental canadiense sobre el caso en el que se recogen
declaraciones, pasadas por un tamiz de parodia, de intelectuales de distinto
pelaje, como Slavoj Zizej, Judith Butler, Camille Paglia, Philip Roth, Noam
Chomsky, Michel Houellebecq o Harold Bloom. Incluso Lady Gaga, tan intelectualcomo los otros, al menos en Karnaval, y a quien lo sucedido a DK le recuerda
algo que leyó en un libro sobre Einstein: “Cuando las proposiciones matemáticas
se refieren a la realidad no son ciertas. ¿O era al revés?”.
En su hora más aciaga, DK
escribe a diversos líderes mundiales. A Sarkozy le explica que le cazaron como
a “una alimaña en una granja de gallinas” cuando, desde el FMI, quería “evitar
la catástrofe” y convencer a los líderes europeos de que cambiasen una política
que “cercaba a Grecia como los griegos antiguos cercaron a Troya”. Él tenía que
ser sacrificado “para que el asedio al pueblo griego se pudiese realizar con
impunidad (…) en nombre de una entelequia financiera”.
Ferré, que utiliza el
caso de Strauss-Kahn para desarrollar su propio discurso, relata como el dios K
considera que “el afán de posesión, ligado a la esclavitud y la explotación del
trabajo, es el verdadero causante de la desgracia universal”. Escenifica en
España el triunfo final de la revolución, la sublevación “contra la ignominia y
la injusticia” y se exalta por cómo su discurso incendiario hace que le veneren
“como a un líder, como a un dios político, como un magnetizador”. Ante las
masas exaltadas, declara proscrita la propiedad privada y “abolidas las
instituciones burguesas”. Luego, la multitud toma el palacio real, “el monarca
borbónico y su familia” huyen a un paraíso fiscal del Caribe y él exige el cese
inmediato del Gobierno. Casi nada.
Pero la apoteosis está aún
por llegar, centenares de páginas más adelante. Se producirá en la neoyorquina
Times Square, trasunto del centro del universo, donde el dios K concierta una
cita con la muerte para “calmar el alboroto y el frenesí de los mercados”
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